Capítulo 11

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Entre Bestias y Ciervos

Era increíble percibir como una noche cálida y placentera podía volverse insípida y particularmente helada en unos pocos segundos.

No había un solo nubarrón oscuro en el cielo; Por el contrario, estaban bendecidos por una luna gigante y azul como un faro de luz satélital que alumbraba millas y millas de monte verde y tupido. La naturaleza se encontraba en calma; Búhos alzándose sobre copas en sombra y lobos aullando hacia la llena brillante y porosa, solitaria entre miles de estrellas sin nombre. No existía menor diferencia por dentro de la fortaleza recondita. Ahí en sus confines, reinaba un silencio apabullante, ruidoso y casi ensordecedor que se escabullía entre los pasillos y recovecos ocultos. Un cuervo graznó en las alturas de una de sus torres, a su lado saludaba el rostro contraído de una gárgola de piedra; Tan horripilante y tenebrosa como si en cualquier momento la forma diabólica estuviera a punto de tomar vida. Justo debajo de ésta se ubicaba una pared de cristal que daba paso a una habitación; Suelos que pudieron haber reflejado facciones nítidas en diseños nobles ahora relucían llenos polvo y astillas de madera como una segunda capa. Los cuadros memoriales, hechos cortinas de finas tiras de lienzo; Sus dibujos costosos equivalían lo mismo que una hoja de otoño arrancada con odio.

Era el único lugar en donde la claridad de la luna no penetraba; La calma, sin embargo, estaba alejada del susurro intenso que se mecía por el aire. Un ruido totalmente insonoro.

Excepto una voz. Esa que para nada le complacía la tranquilidad de esos momentos.

—No volveré a repetíroslo, muchacha —El Lord InuYasha gruñó, alargando filosas garras que amenazaban con desgarrar cada ápice de ella—. ¡¿QUÉ COÑO HACÉIS AQUÍ?!

Kagome gimió, completamente muda. No había acabado de procesar todo lo vivido —O imaginado— momentos atrás, cuando el estruendoso regaño de una bestia enfurecida la asaltó con auténtica rabia. Orbes engrandecidas nadaban en aguas turbias y rojas; Esclerótica llena de escencia demoníaca con frío azul en sus pupilas que la determinaban con hostilidad; Brutalidad nata que, sin duda, constituía una parte esencial en la naturaleza primitiva del hombre.

— ...Y-Yo —La joven permanecía completamente estática. Aterrorizada hasta la médula y con ambas manos, temblorosas y frágiles, agitándose a los laterales de su cuerpo como un pequeño tic nervioso; En realidad no sabía que responder, ni siquiera entendía como fue capaz de tener en mente un escenario irreal e inentendible que la condujo a romper con las reglas. No comprendía el porqué de confiar en su alocada cabeza y las palabras parecían agenas en el hecho de excusarse; Cualquier cosa era factible, una mentira, un cuento, una explicación, pero la coherencia no conectaba con sus ideas. Estaban dispersas por un mundo igual de débil y vergonzoso como aquel en donde se hallaba su voz—. Perdón... yo... no quería... no estaba...

Entonces, todo se volvió demasiado impredecible. Oyó el sonido de una pared resquebrajada a sus espaldas, pero extrañamente, el fuerte impacto se sintió como una dura caricia. Fue lo suficientemente rápido como para ignorar que fue acorralada en una minúscula fracción de tiempo. Marrón oscuro dilatado intentando escapar del rojo fulminante que parecía burlarse de su temor. Sensaciones eléctricas que la fueron recorriendo desde las puntas de sus pies y poco a poco la escalaron hasta poseerla completa. Su respiración era un desastre y, de las palpitaciones en su corazón, también podría decirse lo mismo. Juraba que eran tan evidentes que incluso él podía notarlas.

—La vistéis, ¿Verdad? —El hombre pronunció cerca de ella, en un sonido ronco e igualmente gutural. El calor de su aliento silvestre acariciaba la enrojecida tez de la chica, y los filosos incisivos, más alargados de lo habitual, corrompían a su apariencia de modo que Kagome sentía la necesidad de huir. De tener a sus peores pesadillas como la presa de un ser salvaje—. ¡¿VISTÉIS LA PUTA PERLA, CIERTO?! ¡¿ERA ESO LO QUE QUERÍAIS HACER DESDE UN INICIO?!

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