Capítulo 9

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Sublevación de una mujer

El atardecer marcó el fin de su primer día en la Fortaleza. Kagome admiró con anhelo todo lo amplio y distante de ese boscoso exterior; Donde grandes pinos esbeltos refugiaban a los últimos rayos detrás del dosel marronizo que se apoderaba del mes. Quedó profundamente encantada por un terreno que yace metros y metros bajo sus pies en ese castillo. Luego, soltando el aire por la nariz; Llegó un suspiro igual de profundo cuando en su mente reinó la angustia de no ver el paisaje tras el paraje y siempre quedar con la triste percepción de un ave enjaulado durante el resto de su vida. De inmediato fue poseía por un frunce inusual en sus delicados rasgos, como también se sentía frustrada por el vacío en su estómago debido a la falta de alimento. De todas formas su convicción era más fuerte que la necesidad, y no solo por eso se negó rotundamente a ceder, sino también porque no quería enfrentarse al hombre salvaje que merodeaba por los pasillos en todo su esplendor.

Y sí, puede que su comportamiento sea imprudente y hasta malditamente infantil; Aunque en realidad su pequeño acto de rebelión no le importaba en lo absoluto; Al fin en cuentas todavía se le consideraba como una "niña" —Como la había llamado el Lord despectivamente—, y eso era, exactamente, lo que las niñas debían de hacer; Por muy ridículo que sonase en una mujer de dieciséis años. Formar berrinches excéntricos y para nada aptos delante de un ser que, igualmente, demostraba su inmadurez mediante su egocentrismo y genio elevado. Tal vez estaba dejando que el enfado y el mal humor hicieran estragos con su propio autocontrol mucho más de lo que solía permitir. Intentó pensar en cosas bonitas para desvíar sus emociones coléricas; Pensó en patitos, gatitos, y conejitos adorables: Conejitos blancos y peludos... jugosamente agradables dentro del gusto en su paladar.

Otro rugido estruendoso se manifestó alrededor de su panza y le hizo recordar la razón de porqué se sentía tan disgustada con el mundo en lo que admiraba el precioso ocaso desde el inmenso ventanal. Sentada en el alféizar, reflexionó de sí misma ¿Realmente acababa de imaginar a una criatura tan tierna dentro de una cacerola gigante? ¿Desde cuándo era tan carnívora? Quizás el encierro empezaba a experimentar con su cordura en tanto el hambre la hizo imaginar al pequeño animalito entre guarniciones de papas y vegetales cocidos. Casi podía sentir la carne en su lengua y puede que su delirio la esté llevando en picada hacia la locura. Gruñó, relativamente mortificada cuando se levantó largando una casi obscena maldición; Necesitaba comer algo. Su yo interior jamás le podría perdonar el cruel sacrificio del peludo personaje en su cabeza.

¿Cuántas malditas horas tendría que esperar mientras permanecía ahí? ¿Aquel inhóspito hombre no sería tan inexorable como para matarla de hambre literalmente, verdad? Se sentó en la cama, cruzándose de brazos; Ese muchacho no era más que lo que quedaba de un príncipe malcriado y consentido que no tenía por costumbre recibir rectas negativas. En el fondo, tampoco creía tener que espetarle algún tipo de estima o devoción, puesto que ya no pertenecía a la realeza por muy legítimo que fuese; Nunca le hablaron de él en sus asignaciones de historia, ni tampoco le tocó vivir en aquellos años de su reinado. Lógicamente, no debería siquiera tener que llamarlo Lord.

No obstante, muy en el fondo lo hacía por voluntad. Probablemente porque su educación contribuyó a su forma de ser y sería poco modesto de su parte faltarle a su linaje.

Se estaba empezando a sentir agobiada y sus ideas de entretenimiento comenzaban a agotarse. Para una mujer de campo, ser reducida al espacio de una extensa habitación —Muy lujosa que fuese, dentro de su opinión—, era una condena directa hacia la pesadumbre y el aburrimiento. Ojalá hubieran habido libros; Aquello podría haber sido mucho más satisfactorio que dedicar su día entero a indagar entre los secretos de ese cuarto, hasta terminar por organizarlo todo más adecuado a su estilo. No sabía si el hecho de despertar con pisos pulcros y paredes sin telarañas era positivamente algo bueno; Se hubiera distraído bastante sacudiendo el polvo y puliendo suelos hasta que se reflejara su imagen en la baldosa liza. Al contrario, se dedicó a mirar continuamente por la pared de cristal que exponía buena parte de los terrenos del castillo: Herbosos y consumidos por la naturaleza. Antiguamente, una belleza arquitectónica.

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