Todo era blanco y brillante a su alrededor, desde los amplios escalones de mármol hasta las columnas que adornaban la abadía. Al bajar un poco la mirada, entre sus manos sostenía el ramo de flores que llevó el día de su boda... Cada detalle era el mismo que guardaba entre sus memorias con gran felicidad.
Sonrió al ver la silueta de James al fondo, aunque imposible de ver por la gran iluminación que los rodeaba. Eso no le importó y continuó caminando mientras revivía ese día tan especial.
Giró a su alrededor, esperando ver a algún invitado, pero no. Sólo estaban ellos dos y, para Wanda, era perfecto. Su sonrisa era amplia y realmente demostraba felicidad, así que se apresuró en correr hacia su esposo.
Pudo correr hasta él, a pesar del vestido y los zapatos de tacón. Extrañaba su voz, su perfume, sus ojos tan azules como el cielo... Por completo, todo de él.
Subió cada pequeño escalón hacia el altar y, ya estando frente a James, lo abrazó con fuerza. Sintió las manos de él sosteniéndola.
—Serás mi esposa para siempre— escuchó un murmuro cerca de su oído... Esa no era la voz de Bucky.
Se separó de golpe y el hombre que estaba frente a ella no era James, sino Gabriel con una sonrisa maliciosa y, a la vez, llena de victoria. Wanda negó fervientemente mientras su rostro tenía un gesto de horror. Quiso separarse y huir, pero sus pies estaban encadenados en el suelo que cambió a gris... No había escapatoria.
Se levantó de golpe, como si tuviera un resorte, y sus ojos se abrieron repentinamente. El pecho bajaba y subía con rapidez mientras se palpaba con las manos el rostro húmedo y pálido.
—¿James?—murmuró en espera de una respuesta, pero al ver su lado izquierdo, estaba vacío.
Sus labios tambalearon un poco, antes de soltar un gemido. Se abrazó asi misma, para luego recoger las piernas hacia el pecho en posición fetal. Las densas lágrimas resbalaban hasta caer contra la tela de su pantalón para dormir.
Poco después de sorberse la nariz, se levantó, dejando que la única camisa que aún conservaba de su esposo se deslizara hasta extenderse por un poco abajo de sus glúteos.
Avanzó con sigilo hacia la ventana, para convencerse erróneamente que todo era un mal sueño. Tal vez, James estaba en su oficina atendiendo asuntos de importancia a esas altas horas de la noche; tal vez, el silencio dentro del castillo se debía a que todos estaban dormidos...
Recorrió un poco la gran cortina blanca y vio que no eran los guardias reales quienes cuidaban el interior del castillo, sino eran los despiadados Red Arrows.
Su mano soltó la tela de la cortina con gran decepción y tristeza. Todo era real y tres días lo confirmaron
§
Dos días atrás...
El castillo era un desastre, a pesar de la reconstrucción que continuaba en algunas partes. El humo desapareció, dejando ver algunas partes frágiles de la estructura y que necesitarían arreglo, si es que ese lugar comenzaría la nueva era.
Los Red Arrows tardaron la noche del ataque y la mañana siguiente en recorrer cada pasillo y pasadizo oculto tras las paredes, sólo para buscar a los Barnes si es que estaban ocultos en alguna parte del castillo.
Las órdenes eran específicas... Ninguno debía sobrevivir, incluso el hijo bastardo del rey George.
Ante los rayos del sol, el lugar mostraba parte del lujo en el que vivió la familia real: un piso tan brillante como una perla, aunque ahora cubierta por una delgada capa gris de polvo; las finas decoraciones en oro que adornaban cada pared y que podrían costar una fortuna, los enormes candelabros que colgaban en algunos salones.
—¿Y bien? ¿Los encontraron?— preguntó Gabriel mientras tomaba un poco de vino que había encontrado en una barrica cercana a las caballerizas, donde la bebida se fermentaba con las mejores materias primas.
—No hay rastros de ellos— mencionó uno de los encapuchados —El palacio de la reina está vacío y los pasadizos también.
—¡Debieron escapar!— exclamó el pelirrojo azotando la copa para hacerla pedazos.
—Así es. Uno de los pasadizos lleva al bosque, es la única ruta de escape.
—¡Encuéntralos y matalos! ¡No deben seguir en este mundo!
El primer equipo de Red Arrows comenzó a adentrarse al bosque, mientras que el resto seguía con las labores de llevar a los pocos muertos a la morgue.
—Señor, encontramos algo— mencionó el líder de otro equipo, llevándolo hacia un pasillo cercano al salón de música y de unos escalones.
Gabriel esperaba que fuera una pista para encontrar a los Barnes y acabar con ellos, pero sólo vieron una tela blanca cubriendo un cuerpo sin vida. El pelirrojo se agachó y descubrió la parte del rostro, era el secretario personal del rey.
El chico estaba pálido, con la camisa llena de sangre, debido al impacto de bala y el charco de líquido rojo que lo rodeaba. La luz que se filtraba por las ventanas mostró unas pisadas rojas, que parecían de una persona alta y pesada al igual que una mano grande que trató de hacer presión sobre la herida del finado Tobías.
—¿Dónde está Wanda Maximoff?— le preguntó a uno de los Red Arrows.
—Sigue en la oficina del consejero, tal y como lo pidió anoche.
Gabriel tensó su mandíbula ante las grandes sospechas de que James seguía vivo y oculto en alguna parte del reino o, más cerca, dentro de la capital. No podía permitir que Wanda se enterara de ello, si es que la quería a su lado como reina. Así que tuvo una idea que la aseguraría completamente y sin esperanza alguna de que Bucky regresara, al menos hasta tener su cuerpo sin vida en la morgue.
—Trae una de las camisas del rey— ordenó.
—¿Para qué?
—Quiero que la manches de sangre, puedes limpiar el suelo con ella, después de que se lleven al muerto. Y cuando termines, sigue las órdenes de búsqueda y aniquilación.
James no debía regresar y no lo iba a permitir.