II | Una Joven Esposa No Debería Ver Algo Así

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Desde las primeras horas del surgimiento del nuevo reino, se corría la voz del posible paradero de toda la familia real, en especial de Bucky Barnes. Tales rumores traspasaron paredes hasta llegar a los oídos de los Maximoff, quienes recordaban la tristeza de Wanda al saber que su esposo podría estar muerto. Nadie lo pudo creer. Sólo se quedaron impotentes entre esas paredes y tras las rejas, sabiendo que su pequeña estaba en el castillo llorando desconsoladamente.

Todo estaba en silencio cuando el guardia, designado por el nuevo rey, se encontraba en merodeando en el pasillo de las celdas con su arma en mano. Sólo contaban sus pasos de un extremo a otro, en espera de que saliera por la puerta de acceso.

Erik miró a Magda, quien estaba a su lado, recargada contra su cuerpo y sintiendo el peso de su cabeza en el hombro. Los gemelos estaban jugando en el suelo con unas piedritas que encontraron dentro de la celda. De reojo, vio al guardia pasar y, después de unos minutos, se escuchó la puerta abriéndose y cerrándose.

Dejaron salir un gran suspiro, por fin podrían hablar entre ellos con normalidad. Antes no lo hicieron, ya que el guardia siempre golpeaba los gruesos barrotes metálicos exigiendo silencio al escuchar el más mínimo chillido o murmuro.

—¿Cuánto tiempo seguiremos aquí?— preguntó Pietro recostándose en el suelo, estirándo sus largas piernas y apoyando su cabeza con sus manos.

—No lo sé. Tal vez, nunca— respondió Peter contando las piedritas que tenía para continuar con el mismo juego— Estamos en prisión por... Por... ¡Ay, no sé! Sólo por ser nosotros.

—Tenemos que confiar en Wanda— mencionó Erik débilmente— Ella es la única que nos puede sacar de aquí.

—¿A todos? ¿Incluso a las doncellas y el personal que están en el resto de las celdas?— preguntó Pietro levantándose un poco.

—¿Quién más sabe que estamos aquí... Además de los rebeldes?— preguntó el otro gemelo Maximoff.

No hubo respuesta.

—Tendremos que ser pacientes— sugirió Magda— No creo que quieran acabar con nosotros, sino ya lo hubieran hecho desde que atacaron el castillo.

Habían tratado de huir, pero los atraparon antes de cruzar el marco de la puerta. Trataron de resistirse a ser arrastrados por los rebeldes, tanto que Peter trató de huir para salvar a los Barnes, pero lo detuvieron al propinarle un puñetazo en la cara que lo derribó. De su nariz había brotado sangre y lo levantaron, aún aturdido. Ya llevaban días, tal vez semanas, desde que aconteció el ataque y perdieron la cuenta de estos, pero aún seguían vivos para bien o para mal.

—Tienes razón— dijo Erik brindándole a sus hijos un poco de esperanza— Y, también, puede que seamos parte de otro plan.

—Pero... ¿Y los Barnes?— preguntó Peter.

Erik dejó salir un pesado suspiro. No los había visto, más que con los rostros afligidos y arrastrando los pies mientras iban a sus habitaciones. Claro que conocía el motivo de su aflicción y solo podía compadecerlos. Su yerno ya no era más el rey, pero ni siquiera había abdicado formalmente y... No creía que estuviera muerto. De todos los rumores que llegaban hasta las celdas, ninguno era sobre el hallazgo del cuerpo del joven rey... Así que... Cualquier cosa podía suceder.

§

"James", era lo único en lo que pensaba día y noche desde la última vez que se vieron. Recordaba su expresión y el último contacto entre sus labios. Cada vez se hacía más a la idea de recordarlo así, pero había algo en su interior que le removía como una incomodidad. Tal vez, para acabar con esa sensación, tenía que ver el cuerpo sin vida de James. No sabía dónde estaba y no se atrevía a preguntarle a los pocos miembros del personal nuevo que comenzaban a laborar en el castillo.

SER MAXIMOFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora