VII | Lo Que Tengo Que Proteger

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La cuenta de los días, que llevaban dentro de ese lugar, ya la habían perdido ante la desesperación e impotencia. Habían visto a Kitty, la ama de llaves de Jean Grey, vestida como una de las nuevas doncellas. Temieron lo peor para la marquesa de cabellos pelirrojos. En ningún momento, pudieron dirigirle la palabra, ya que las rondas de guardias se habían vuelto muy frecuentes y siempre permanecían en un completo silencio. Ella sólo acudía a ese lugar para llevarle comida a los prisioneros.

El sonido de los decididos pasos de uno de los guardias resonó como de costumbre, pero les causó extrañeza que la reja se abriera completamente ante sus ojos.

—Familia Maximoff... Síganme— dijo el guardia, pero antes de que salieran al corredor, les colocó esposas en las muñecas a cada uno de los cuatro individuos.

Salieron de ahí y sintieron la frescura del aire y los cálidos rayos del sol sobre la piel de sus rostros. Sus físicos estaban descuidados, a pesar de que les permitían ducharse cada dos días para evitar el mal olor de sus cuerpos. Magda, quien antes se le identificaba con su cabello castaño recogido, ahora estaba alborotado y sin brillo. Erik siempre se mantenía pulcro, sin ni un rastro de vello facial; durante esos días de encierro, tenía el bigote y la barba crecidos y con ligeros mechones de canas al igual que en su cabello que también creció. Lo mismo sucedió con los gemelos, estaban irreconocibles.

Se miraron entre ellos, reconociendo que, sin importar esos largos días, seguían siendo los mismos aún bajo el descuido. Los hicieron subir a una carreta y los llevaron por el bosque hasta el castillo. No perdieron detalles en los nuevos cambios del lugar, pero otros destrozos seguían intactos como los grandes rosales, que terminaron extinguidos por las llamas, y una de las torres que seguía destruída.

—¿Qué hacemos aquí?— se atrevió a preguntar Erik.

—El rey Gabriel ha pedido su traslado hacia el castillo, donde permanecerán encerrados en las habitaciones que se les indique— respondió uno de los guardias, ahorrándose la explicación al llegar.

—Una prisión por otra— murmuró Magda.

—Al parecer, el nuevo rey está de buen humor— continuó Erik con cierta ironía en su voz.

Lo único bueno de ese inesperado traslado era que estarían más cerca de Wanda. Tal vez, la podrían consolar o ser su apoyo en medio de la tormenta.

El sonido de la carreta llamaba la atención de los guardias que custodiaban los jardines y no les apartaron la vista a los Maximoff, en especial a los gemelos, quienes miraban a todos lados en busca de algo.

§

En todos sus 34 años de vida no había sido chantajeada y menos siendo una marquesa, defensora de los territorios fronterizos. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a su padre, quien era la persona con la que más podría contar.

A veces, se llegaba a culpar por sus malas decisiones y, en otras ocasiones, añoraba aquellos días de libertad, donde pudo ser como cualquier otra mujer, amó a ese hombre como a ningún otro y, aunque terminó decepcionada y con el corazón roto, no pudo olvidarlo. Pensaba en él todas las noches, imaginando qué estaría haciendo... Tal vez, estaría en algún bar bebiendo animadamente con sus amigos, sin preocupaciones y sin responsabilidades que le pudieran quitar el gusto y el sueño.

Acudió a la reunión con los colegas que la apoyaban en restaurar el reinado de los Barnes y darle tiempo a Bucky hasta su regreso, el cual era desconocido. Paul no tenía comunicación con él y mucho menos sabía dónde estaban, a pesar de que ya habían pasado 4 meses desde la caída de la familia real.

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