El anuncio de la modificación de la ley para todas las viudas de miembros reales o nobles llegó a cada familia con título nobiliario, sin importar que fueron parte del parlamento. Jean sostuvo la hoja entre sus manos y cerró lentamente los ojos, colmada por lo que podría sucederle a Wanda. Ya no sabían qué hacer dentro de la rebelión, incluso muchos integrantes ya no acudìan a las reuniones y aceptaban la derrota.
—Jean... Creo que tenemos que ver esto— le dijo Charles antes de mostrarle el inesperado reportaje en vivo dentro de la plaza de Sokovia.
—¿En vivo o presencial?
—Presencial... Aunque a una distancia considerable.
Abordaron el auto y Kurt los llevó lo más rápido posible entre las calles sokovianas. Habían personas que salían de sus casas y negocios para después caminar sin preocupaciones hasta el centro, que parecía un punto de reunión para la multitud. Se detuvieron a unas calles de distancia y bajaron, aunque primero tuvieron que esperar a desdoblar la silla de ruedas que se encontraba en el maletero. Jean empujó la silla con su padre sentado por las calles restantes. La intriga se expresó en sus rostros, esperando que fuera un plan de genocidio contra todo el distrito de Sokovia.
El rey apareció ante todos con una gran sonrisa que, para Jean, pareció fingida. Se dejó abrazar por los escasos aplausos que aún resonaban y, después de algunos minutos, tomó la palabra.
—Gente de Sokovia, ya dejarán de sentirse fuera del reino e ignorados, porque en mi nuevo mandato serán mi segunda capital al ser el lugar de origen de mi futura reina— extendió su mano hacia Wanda, quien subió y se mantuvo a una distancia considerable mientras el pueblo vitoreaba y aplaudía con gran fervor.
La castaña sonrió un poco, sin entender por qué estaba ahí, aunque tenía las miradas de cada uno de los sokovianos en ella. Se recordó por qué aceptó casarse con James, antes de enamorarse, y aún así no cambió desde hace un año. Sentía el deber en mantener su objetivo, ayudar a su pueblo y al resto del reino, aún si ella no era feliz.
—Wanda Maximoff... Sé que es el destino estar juntos como rey y reina, pero más que eso como pareja ejemplar frente a nuestro pueblo ¿Te casarías conmigo?
Los ojos verdes de la chica se abrieron ampliamente y se giró para ver a Gabriel a su lado y con la cajita abierta con el anillo. Recordó la ocasión en que James le pidió que se casara con ella, él estuvo hincado en medio de todas las rosas que había conseguido para ella. Esta propuesta era un teatro sin romance y sin honestidad, pero no tenía opción dentro de esos días en ausencia de felicidad y amor.
Jean rogaba internamente que su amiga pronunciara un rotundo "no", que por primera vez fuera egoísta y viera que no iba a ser feliz al lado de ese hombre que sólo la estaba utilizando. Quería gritarle que James, su esposo, estaba vivo y que regresaría.
—Por favor, dí que no— murmuró la pelirroja y su padre la escuchó, deseando lo mismo.
La intriga de las personas crecía con el paso de los minutos, pero ella miró al pelirrojo. Temía por las consecuencias hacia su familia, si se negaba a ese compromiso, y era lo que menos quería.
—Sí— dijo en un tono muy bajo y casi por quebrarse en ese hilo de voz.
Gabriel sonrió y deslizó el anillo en la mano izquierda de la chica, quien estaba asustada. Escuchó los gritos emocionados de los sokovianos y tomó la mano de su ahora prometida para alzarla en alto.
—¡Ha dicho que sí! ¡Eso significa que Sokovia y todo el reino tiene una nueva reina!— exclamó Gabriel, provocando más euforia en la multitud.
Jean y Charles se dieron media vuelta y regresaron al auto. Estaban sin palabras, pensando en las pocas cosas que podrían hacer, pero cada vez se volvían tan escasas e imposibles. Ya habían perdido voz y voto dentro del parlamento, los rebeldes aliados dejaron de ver el brillo de esperanza en que los Barnes regresaran pronto con algún ejército. Todo estaba acabado.