Estuvo semanas reuniendo todos los títulos de propiedad que había en los expedientes y no creía que fueran muchos, pero ante sus ojos asombrados fue una pila considerable. Antes, cuando era un simple plebeyo, pensaba que la vida del príncipe James Barnes era un regalo del destino estar rodeado de lujos y, sobre todo, de poder. Tal y como lo expresó Sam hace unos días en la torre. Ya tenía todo eso en sus manos, pero quería deshacerse de esas propiedades y, bajo las narices del reino, comprar otras que fueran más de su gusto personal.
Estaba el castillo en la capital, pero no quería venderlo, ya que siempre fue la máxima expresión de la realeza y, ahora con las modificaciones que tenía programadas, sería la imagen del nuevo linaje.
Su sorpresa fue en incremento al ver tres propiedades más en el expediente de James. Un castillo en Sokovia, un inmueble en el mismo distrito y otro castillo en el distrito costero. Parecía algo exagerado, pero lo cierto era que las dos propiedades en territorio sokoviano iban a ser un regalo de aniversario de James para Wanda. El castillo en el distrito costero era completamente propiedad de James. Con mayor razón, estaba dispuesto a vender todo eso al mejor postor.
También estaban todos los autos de lujo que el rey George compró y que mantuvo guardados. Era toda una colección de la que estaba dispuesto deshacerse.
Entre todo el papeleo, encontró una factura de servicios de cuidado en un centro equino. La leyó con detenimiento y era por dos caballos. No le gustaban los caballos y ese era motivo suficiente como para vender a esos dos y a los otros que estaban en las caballerizas.
—Majestad...— se escuchó al abrir la puerta— Encontré a la princesa Wanda. Está en las caballerizas con el par de equinos que llegaron el día de ayer.
Gabriel asintió y se levantó para ir hacia donde la castaña estaba. Tendría que darle a conocer su decisión con respecto a esos animales.
Wanda sonrió con melancolía al acariciar la cabeza de Orión, lamentándose y susurrándole que cuidaría de él ante la ausencia de James. Había una pizca de alegría, ya que habían logrado aparearlos y quedaba una larga espera para saber cómo serían.
—...Es una lástima que Bucky no pueda ver esto— murmuró acariciando la cabeza del equino color blanco— Sin duda, será hermoso, Alpine.
Los pasos de Gabriel resonaron y Wanda siguió haciendo lo suyo: acariciando la cabeza de Alpine, quien se mostró inquieta ante la presencia del pelirrojo.
—¿Disfrutas estar con ellos?— le preguntó a la chica.
—Sí y mucho.
—Creo que después de lo que te diré, con mayor razón, disfrutarás esto— Wanda se detuvo, se giró y lo miró— Los voy a vender a ambos caballos.
—¿¡Qué!? ¡Por supuesto que no!
—Tengo que hacerlo, Wanda. Estos dos se tienen que ir... Gastar en ellos es innecesario y ese dinero se puede requerir en algo más importante.
La castaña observó a Alpine, jamás podría venderla, era como su familia y... A Orión, tampoco, ese caballo era lo único que le quedaba de James y todo lo bueno vivido a su lado, venderlo sería olvidar a su esposo.
—¡No!
—Lo siento, Wanda.
Ella trató de llorar, pero no lo hizo. Sólo se abalanzó hacia él, con la intención de golpearlo. Le dió una patada en la pierna y luego, forcejearon. Wanda intentaba golpearlo en el rostro, para noquearlo igual que en las películas, pero... Él era más fuerte y terminó por arrojarla al suelo. Lo vio acomodándose el cabello mientras recuperaba la respiración.