PRÓLOGO

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La oscuridad en aquella celda se tornaba cada día más angustiante. Era como si cada día las paredes se acercaran más a su cuerpo, cercándolo en medio de las sombras. El frío se colaba por entre sus ajadas ropas, llegando a sus huesos.

Pero aquello no era lo peor, no era el frío , no era la oscuridad. No era la sensación de estar físicamente atrapado con solo una pequeña rendija de luz que le conectaba con el exterior.

No, lo peor era él. El Oscuro. El Señor Tenebroso. Cada noche, tras la caída del sol, cuando el hilo dorado que se colaba en aquella celda se desvanecía en la penumbra, escuchaba sus pies descalzos en la lejanía, y el sonido siseante de su habitual acompañante, arrastrándose por los suelos de aquel sótano.

Cuando aquella puerta se abría, iluminando su cara con tan solo la luz de su varita, podía observarlo unos instantes. Sus ojos y nariz de serpiente, su piel grisácea, y su intrigante sonrisa. A menudo no hablaba, simplemente, intentaba entrar en su mente. Penetraba dentro, y atacaba, en busca de aquel recuerdo que tanto necesitaba. Lo hacía en medio de tormentos, arrastrándose entre sus recuerdos, envenenando su mente. Le sometía a una agonizante tortura, lo dejaba exhausto cada noche. Pero nunca conseguía lo que quería. Él había conseguido resistirse, por ahora.

Pero aquella noche fue distinta. No levantó su varita nada más verle. Se quedó en silencio, observándole fijamente durante unos segundos, con desprecio.

- Muy bien, Profesor Kirke – susurró la oscura figura – hoy vamos a intentar algo diferente.

Digory notó como su cuerpo levitaba de golpe, y antes de darse cuenta, estaba siendo arrastrado fuera de la celda. El Señor Oscuro no volvió a mirarle en todo el recorrido. Salieron de la penumbra por unas escaleras iluminadas por unas pocas antorchas, y recorrieron aquella antigua pero majestuosa casa. El profesor apenas podía mantener los ojos abiertos. Las luces le cegaban y el cansancio le impedía moverse, aunque no hubiera podido hacerlo debido al encantamiento que le envolvía. Cerro los ojos, pero hizo el esfuerzo de mantenerse consciente. No debía temer, debía confiar. No debía caer en sus trampas.

Minutos después, sin previo aviso, cayó de repente contra el suelo de mármol. Abrió los ojos en una mueca de dolor para encontrarse con la figura de Bellatrix Lestrange, que reía ante la escena de aquel hombre anciano tirado en el suelo.

- Buenas noches, profesor – dijo en una mueca empapada de sarcasmo – tiene usted visita.

Voldemort sonrió, y miró en dirección a la fila de Mortifagos que esperaban en fila a un lado de la habitación. Dos de ellos agitaron sus varitas, abriendo las puertas tras ellos, revelando un pasillo, donde varios Mortifagos más sujetaban a una mujer de largo pelo blanco.

- ¡Soltadme, bastardos! – gritaba la mujer entre empujones – devolvedme mi varita ¡Cobardes!

El Profesor Digory se estremeció en el suelo al reconocer aquella voz. Se incorporó torpemente, reaccionando a aquella voz tan familiar en un impulso que le causó un gran dolor en todo el cuerpo.

- ¿Kirke...? – dijo la mujer, tornando su tono osado en un suspiro angustioso.

- ¡Polly! – giró Digory con la voz quebradiza.

La mujer corrió hacia sus brazos, agarrándolo con fuerza. Polly se quedó impresionada al comprobar lo delgado que estaba su compañero, mientras que él intuyó por su olor a perfume que acababa de ser capturada recientemente.

- ¡Monstruos! – gritó la mujer entre las risas de sus captores.

- Aurora Plummer – dijo Voldemort – haga el favor de guardar las formas.

Voldemort apuntó directamente a la cabeza de Polly, rozando la punta de la varita con su cabellera plateada. El Profesor dio un salto, con las pocas fuerzas que quedaban en él, para proteger a la mujer con su desnutrido cuerpo.

BEYOND TIME (ES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora