La llegada

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Los caminos del destino son sinuosos, oscuros, inciertos, ni siquiera los dioses son capaces de transformarlos; esta historia es una prueba más de ello.

Todo comenzó en Atenas; por aquella antigua ciudad se veía vagar a una joven, sus ojos color avellana reflejaban tristeza y angustia, su pelo ondulado se alborotaba con aquel ventarrón que pronosticaba una lluvia torrencial, parecía perdida, confundida.

Entre el tumulto de las personas se encontraba Melancton, un joven alto gallardo, de porte impresionante y musculatura marcada, aquellos que no lo conocían apostaban que era un guerrero, sin embargo nada más alejado de la realidad, él amaba la sabiduría y se dedicaba en cuerpo y alma a los escritos; aquel hombre percibió la angustia de la chica desde lejos, notó como ella se sentaba en el borde de la fuente y cubría su rostro para esconder el llanto que brotaba de sus ojos; siendo de tan noble corazón se dirigió a la fuente y se sentó a un lado de la joven.

─Es un hermoso día, los árboles resplandecen, se escucha el canto de las aves incluso puedo escuchar a las ninfas reír, ¿no cree usted que esas lágrimas que ensombrecen sus ojos pueden esperar hasta que caigan las primeras gotas de lluvia?─ Melancton pronunció aquellas palabras para hacer sentir mejor a aquella misteriosa joven; al parecer funcionó, ella levantó la cara secó sus lágrimas y miró fijamente al joven.


─Disculpe, debe pensar que soy débil o una llorona sin remedio, pero... es que me encuentro perdida, desperté en un prado cerca de aquí , no recuerdo como me llamo, de donde vengo o a mi familia, no tengo a donde ir-- de pronto los ojos de la chica se inundaron nuevamente, Melancton secó con una mano las lágrimas de la chica y le sonrió.


─El chubasco no tarda en llegar y sería una pena que esos rizos se empaparan, le propongo algo, mi casa es grande , sobran cuartos y comida, sería para mí un honor poder compartir lo que tengo con usted ¿Qué opina?- el extendió su mano intentando que ella la estrechara para cerrar un trato, ella esbozó una pequeña sonrisa torcida que duró poco.

─ Pero somos desconocidos, no sé nada de usted, ni siquiera sé nada de mí.

─ Bueno eso no es problema; me presento, mi nombre es Melancton, soy profesor-- él sonreía ampliamente para inyectar confianza en aquella joven.
─ No puedo decir nada acerca de mí.
─Que le parece esto, supongamos que usted ha vuelto a nacer, le ofrezco una nueva oportunidad, nadie en esta vida tiene la oportunidad de elegir su nombre, usted sí, eso debe ser una buena señal de que ahora en adelante usted tiene un futuro brillante, que dice, ¿Cómo le gustaría llamarse?─ la alentó el, ella parecía más serena, y así salió a flote lo que parecía su verdadera imagen, ojos sombríos y mirada penetrante y una postura erguida confiada, casi amenazadora.
─ No lo sé, me gustaría algo que refleje quién soy yo, pero no sé quién soy ─le dijo la joven.
- Sabe, usted es hermosa, y lo digo objetivamente, mire su reflejo si no me cree- ella se asomó a la fuente y sonrió casi maliciosamente- pero hay algo oscuro en usted, esa es la belleza más embriagante, creo que Ébano es un nombre que la describe a la perfección ─ella volvió a sonreír
─ ¿Usted cree?
─ Indudablemente, ¿le gusta el nombre?
─ Me fascina
─ Ahora solo necesita escribir una historia nueva que acompañe su nombre, para ello necesita una casa, ¿qué opina acepta mi oferta?─ en medio de los dos calló la primera gota de lluvia, que se estrelló en el filo de la fuente, ella miró al cielo y después miró a Melancton a los ojos.


─Supongo que tiene razón, ¿dónde vive?- sonrió con aquella sonrisa casi malévola, él se paró y le ofreció su mano, ella la tomó, de pronto un aguacero torrencial comenzó a precipitarse, Melancton y Ébano corrieron tratando de evadir la lluvia.

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