C. El Rey.

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— ¿Qué harás si te ve el príncipe Carlos?

— Lo nuestro ya pasó hace un mes, debió haberlo superado.

— No puedo creer que estés haciendo esto, en serio.— Acomoda su vestido frente al espejo tratando de verse lo mejor posible para lucir su vestido azul y zapatillas relucientes. Mira con enojo a Charles, quien está peinando sus mechones tratando de verse elegante y digno de pisar el palacio.

— Medio pueblo va a tratar de lucirse para el príncipe Sergio, no seas envidiosa. Todos podemos intentarlo.

— No es eso, lo sabes bien.— Suspira furiosa, camina detrás del castaño y le arrebata el cepillo para ayudarle a definir su cabello.— Tenías todo para lograr estar en ése lugar, pero ahora vas a concursar por tan siquiera besarle la mano al príncipe. Ése no es el Charles que conozco.

— No lo hago por pertenecer, ya sabes mis razones.— Su voz tiembla reflejando tristeza.

— Pascale está muy grave, pero entre los dos hemos podido cubrir los gastos, no tienes que hacer esto.— Avienta el cepillo a la cama para salir corriendo de la habitación sin que su amigo note las lágrimas cayendo de sus orbes.

¿De verdad vale la pena humillarse de esa forma? ¿Volver al reino será buena idea?.

La noticia se extendió por todo el pueblo, el Rey quiere elegir al cónyuge del príncipe Sergio en medio de un gran baile. La gente se preparó para la noche más grande del año. El castillo está lleno de adornos y personas que están ansiosas de conocer al heredero.

Van llegando hasta llenar el lugar, nadie quiere desaprovechar la oportunidad de poder casarse con el futuro Rey, la música ameniza el salón y las luces son tenues para iluminar lo suficiente. El Rey está sentando hasta en frente de la pista al igual que la Reina y los príncipes, cada uno está con una gran sonrisa viendo a los nobles y plebeyos danzar al ritmo lento y romántico que disponen las melodías.

Sergio, como era de esperarse, está siendo cotizado en cada baile. Ha bailado solo un par de veces, las demás invitaciones las rechaza vilmente.

— No seas tan duro, Sergio.— Susurra la Reina fingiendo una sonrisa a los invitados.

— No es cualquier cosa, madre. Necesito a alguien digno para mí. ¿Estás de acuerdo?.— Su tono de voz fastidiado hizo que Carlos rodara los ojos cansado.— No cualquiera puede tomarse el privilegio de casarse conmigo.— Sonríe con egoísmo.

La noche es lenta y aburrida, todos están devastados por ser rechazados por el heredero. Unas princesas llorando y otros plebeyos furiosos, están en la jardinera del palacio platicando sobre su desgracia.

— Debe ser muy duro ése príncipe, todos lloran.— Charlotte comienza a angustiarse mientras estira su vestido nerviosa.

— Debe ser muy detestable.— Su voz alta hizo eco en la entrada al salón, los guardias lo miraron furiosos y casi advirtiéndole cualquier cosa.— Ouh, perdón.— Sonríe escondiendo su rostro en el hombro de su amiga.

— ¡Ahí está, Charlie! Espero no arruinarlo. ¿Cómo me veo?.— Susurra con entusiasmo, volteando hacia el monegasco modelando su vestido. El mencionado no hizo caso, su mirada está atenta al príncipe Carlos, quiere correr hasta a él y abrazarlo. Se nota incómodo en su lugar, hundiendo su espalda en el asiento mientras recarga su rostro en la palma de su mano mirando con interés las paredes del lugar. De repente suspira y mira a su hermano cansado de la situación cuando rechaza a alguien, rodando los ojos ante algún comentario o simplemente cerrando sus ojos hasta dormirse ocasionando un regaño de su padre, el Rey.

Está apunto de correr en cuánto le sonríe a su amiga en aprobación, quizá sí fue una muy mala idea. No está listo para mirar al príncipe al momento de cortejar a su hermano, se siente fatal.

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