IV - La llegada

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Finalmente había ocurrido. Veinticuatro horas antes del circo, maroma y teatro que constituyó la recogida de las chicas de Scandal del aeropuerto, Javier y yo estuvimos atareados con los preparativos finales, a saber, asegurándonos de que su estadía acá fuera lo más placentera posible repasando una vez y otra la agenda tentativa de ese día, revisando a lo largo del día que al lugar donde iban a quedarse no le faltara nada, aparte de estar al tanto de las noticias locales en temas de inseguridad con el fin de saber a dónde llevarlas y a dónde no. Habremos ido unas cinco veces al supermercado a conseguir las cosas que Javier estimaba indispensables para asegurar la comodidad de las chicas. Su frenesí hospitalario alcanzó tal nivel que me vi obligado a intervenir cuando comenzó a abarrotar el carrito con artículos de higiene femenina.

—Hermano —puse mi mano sobre su hombro—, creo que ellas tienen nuestra misma edad, así que, ¿no crees que son lo suficientemente mayores como para cuidar de sí mismas?

—Uno nunca sabe —trató de justificarse.

—Estoy seguro de que en Japón también hay papel higiénico y toallas femeninas. Por favor, deja eso y tranquilízate.

—¿Ah...? Bueno, de acuerdo —asintió él turbado, devolviendo los productos a las estanterías.

Por su lado, Sebastián y nuestro manager se abocaron a resolver el tema del transporte. Sus mensajes más recientes anunciaban que habían conseguido apalabrarse con el dueño de una furgoneta, la cual nos la cedía para lo que fuera que la necesitáramos mañana. Aunque no era la solución ideal, algo era mejor que nada.

En cuanto a Samuel, su paradero seguía siendo un enigma. Al menos, tuvo la cortesía de informarnos con antelación que no podría participar en los preparativos ese día. «Imposible, me toca guardia. Pero si pasa algo, me avisan», nos escribió por la mañana. Se puede discutir sobre si a estas alturas estaba usando su profesión como excusa para no involucrarse, pero ocupados como estábamos, nadie le dijo nada.

A todo esto, yo trataba de mantenerme neutral, ni indiferente a la posibilidad de amigarme con ellas, ni llegando al extremo de afirmar, como ridículamente hacía Javier, que era la mejor cosa que podría pasarnos en la vida, como si fuera la primera vez que teníamos contacto con el sexo opuesto. Cuando le conté lo de los artículos de higiene a Samuel, me contestó riéndose: «Se le nota la falta de afecto femenino». No me toca decidir si tiene razón o no, así que no comentaré al respecto. Aparte de eso, nada más relevante ocurrió en el día, por lo que cuando cayó la tarde estábamos todos reunidos en mi casa —ese día, además, se jugaba un partido de fútbol y no nos lo íbamos a perder por nada del mundo— esperando durante el medio tiempo el mensaje o llamada de Rina que nos confirmara cuándo iban a venir.

Más tarde, ya entrada la noche, por fin, Rina se comunicó con Javier. Una llamada corta, que él atendió en privado y que sólo después de terminarla nos traduciría, incompleta. A pesar de eso, el entusiasmo y, por otra parte, el alivio de al fin tener algo concreto entre las manos, se mantenía como la constante en virtud de la cual justificábamos todo lo que habíamos hecho hasta ahora.

—Acabo de hablar con las chicas —nos dijo Javier—, estaban abordando el avión.

—Eso significa que llegarán mañana —adiviné.

—Temprano —dijo él a modo de confirmación.

Nos despedimos. Dormité unas horas sin poder alejar de mí un extraño revoloteo en el estómago, como de adolescente excitado, que después asocié a un viejo estado de cosas, a una época en la cual todavía anhelaba descubrir, de una vez y para siempre, todas las sorpresas del mundo. Posiblemente ahí estuviera el detalle, sabiéndolas diferentes a nosotros en todos los sentidos, se me ocurrió que la intención de acercarlas a nosotros respondía a una vieja, inconfesada necesidad de novedades.

Los desconocidos perfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora