III - Decisiones hechas al vuelo

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(No entiendo por qué estoy escribiendo esto, si en realidad no hay nada que contar. Este relato compuesto de verdades a medias y malentendidos. Sin embargo, me siento obligado a verter todos mis recuerdos en estas páginas por la tranquilidad de mi conciencia, emperrado en la creencia de que algún día podré extraer de ellas algún sentido. Porque toda historia debe tener un final, ya sea legal o clandestino.)


Finalmente ocurrió, nos detuvimos a mitad del ensayo cuando una videollamada obligó a Javier a interrumpirse, todos supimos de quién se trataba, sin embargo hicimos lo posible para simular un poco de interés y sorpresa. Eché una rápida mirada a Samuel, a la que él respondió meneando la cabeza tras un lento encogimiento de hombros. Todos dejamos nuestros instrumentos de lado y nos apiñamos en torno a Javier.

La pantalla se puso negra un segundo, después se nos reveló, primero borrosa hasta aclararse gradualmente, la imagen de Rina frente a nosotros. Su rostro, enmarcado por el brillo de la pantalla, reflejaba una expresión que no podía pasarse por alto. Había una mezcla de emoción y nerviosismo en sus ojos, la clase de sonrisa rígida que se impone uno cuando no sabe qué decir. El duelo de miradas duró un rato, no sé cuánto precisamente, hasta que Javier hizo un saludo con la mano que todos imitamos.

—¿Hola...? —dijo en japonés (adelanto: ella nunca pudo, o quiso, balbucir siquiera una sola palabra en español)— Hola... —repitió, su voz y su imagen yendo a destiempo.

Hola, Rina —replicó Javier con entusiasmo—. Te agradezco que te hayas tomado la molestia de hacer esta llamada.

Rina sonrió.

No es nada, al contrario, ¿no es una molestia debido a la diferencia de horarios?

¡Para nada! Todos estábamos esperando ansiosos —Javier dijo entusiasmado.

Samuel, Sebastián y yo intercambiamos miradas. Fijos nuestros ojos en la pantalla, asistimos silenciosos, y hasta indiferentes, al intercambio de impresiones iniciales entre Javier y Rina, asumiendo que era eso de lo que ellos dos hablaban ya que, entre una cosa y otra, él olvidaba por momentos traducirnos lo que decía ella, haciendo que la mitad de la comunicación nos fuera confusa. Lo poco que fuimos sabiendo o adivinando, fue que ellas habían estado escuchando nuestras canciones y que les parecían divertidas (tanoshii es la palabra que Rina utilizó y significa divertido o interesante, según Javier) y la confirmación de nuestra sospecha de que también a ellas nuestros seguidores las comparaban con nosotros e instaban a ambas bandas a hacer algo juntas.

Sin embargo... —Rina torció un poco los labios, supuse que vacilaba— Las chicas no están muy seguras. En verdad, nunca nos había pasado algo como esto, así que no sabemos qué deberíamos hacer.

Descuida —repuso Javier—, nosotros ya nos encargamos de eso...

Mientras le explicaba lo que yo supongo era su plan, me volví hacia Samuel, el cual gesticulando me dijo algo así como «no tengo idea». En lo que a mí respecta, recuerdo que Javier alguna vez me había comentado que su intención en principio era traerlas a nuestro país, a partir de ahí ya se vería, me dijo también. Así que supongo que eso mismo le estaría diciendo ahora a Rina, la verdad es que lo ignoro. Pensándolo bien, en ese caso daba lo mismo si nosotros íbamos a Japón, lo cual incluso me hubiera hecho más sentido si en realidad la intención de Javier era visitar el país del sol naciente. Pero, de nuevo, ¿por qué involucrarnos a nosotros y a ellas de paso?

Desde que empezó este lío, adopté la costumbre de juntarme con Samuel después de los ensayos para debatir cuestiones de psicoanálisis y existencialismo. En realidad era él quien hablaba y yo sólo escuchaba, ya que no soy tan versado en estos temas, pero pasa que Samuel es el único de mis amigos capaz de decir algo inteligente. Nuestras charlas solían extenderse hasta altas horas de la noche, con los cigarros consumiéndose lentamente en el cenicero y las tazas de café enfriándose en la mesita. Explorábamos los vericuetos de la mente humana, discutíamos sobre la naturaleza de la existencia y la conciencia, y reflexionábamos sobre la fugacidad de la vida y el significado de todo lo que nos rodea. Discutiendo sobre Sartre y Freud, ambos sabíamos que en el fondo nos referíamos a la misma persona y que en el fondo ninguno de los dos le tenía el menor respeto, si acaso, algo de lástima; el pobre infeliz. «Dejalo tranquilo, che», me decía él a veces, «el pibe sigue en la edad de creer que los sueños se cumplen, que uno es el protagonista de su propia vida y el mundo su patio de juegos. Pero vos y yo sabemos que no es así. Un buen día uno deja de celebrar sus cumpleaños, se le van muriendo los seres queridos, se da cuenta de que en las tiendas ya no venden su dulce favorito, encuentra insoportable la frivolidad de las adolescentes en el transporte público ,comprende que se halla completamente solo en el mundo y eso, justamente eso, la acumulación de esas pequeñas desesperanzas, es la vida.»

Los desconocidos perfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora