X - Baño de realidad

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Pasado un tiempo, suprimidas la novedad y las reservas, establecimos con las chicas un modo de trabajo consistente en que una banda —por decir, nosotros— iba al estudio, trabajaba en un material y después se lo dejaba en manos de la siguiente banda, que lo terminaba según su mejor entender. De estas sesiones surgieron cerca de una veintena de demos que, por una u otra razón, nunca vieron la luz. Cuando no era eso, nos encontrábamos actuando en pequeños shows de carácter más bien doméstico, generalmente de forma gratuita o, en el mejor de los casos, a cambio de un par de tragos, en localidades cercanas. Todos estos eventos eran cuidadosamente organizados o descubiertos por Javier, que todas las veces nos comunicó su decisión de ir a tocar en tal o cuál parte cuando ya era muy tarde para retractarse. Además de eso, los paseos por la ciudad, que ya empezaba a quedarnos chica. «Así como vamos, acabarán aprendiéndose de memoria los nombres de todas las calles», recuerdo que le comenté a Javier, a lo que él respondió con algo de un festival del que se había enterado por internet, estaba a pocos días de comenzar y él y nuestro manager ya estaban en conversaciones con los organizadores para asegurar nuestra participación; que no me preocupara, que él tenía todo esto bajo control, como siempre decía, previendo mi escepticismo. «Mientras tanto, inventen algo ustedes dos. No creas que no me doy cuenta. Tú y Samuel con las chicas, dos más dos son cuatro y ya conoces el resto...», insinuó con un leve dejo de desafío en su voz.

 Afirmar que en ese tiempo nos habíamos vuelto buenos amigos con las chicas sería un exceso de confianza, pero no es menos cierto que entre nosotros había algo así como cierta familiaridad que ya nos permitía hacer otro tipo de cosas. Hablando desde un plano estrictamente artístico, ambas bandas habíamos aprendido a complementarnos; por el resto, seguíamos actuando como un grupo de colegiales que descubría al sexo opuesto por primera vez. Lo que se veía reflejado en el empeño con que cada uno de nosotros, sin admitirlo, trataba de lucirse frente a las chicas a la mínima oportunidad, y la reticencia de ellas para aceptar esas pequeñas muestras de, quizás, no sé, interés. Las risas tensas, los sonrojos disimulados, las miradas esquivas, los gestos de significado variable, simples o complejos, dirigidos alguien no especificado, con la tímida intención de seducir, aceptar o confiar.

Así pasaban los días, entre ensayos, conciertos, fiestas y charlas, sin que nada se definiera, sin que nadie se atreviera a dar el primer paso, sin que nadie supiera lo que realmente sentía el otro. Era una situación extraña, llena de contradicciones, de dudas, de miedos, de esperanzas. A veces me parecía que todo era un juego, una farsa, una ilusión. Otras veces me parecía que todo era real, profundo, verdadero. El inicio de algo pequeño y maravilloso. Sólo sabía que me gustaban las chicas, una de ellas, que me gustaba mucho, que me gustaba de una manera que no podía explicar. Y que ello era recíproco, o al menos eso quería creer. Pero más allá de esto poco o nada sucedía entre nosotros que fuera digno de prestarle atención, Haruna y Samuel seguían yéndose por su cuenta, cada vez más frecuentemente, sin que a nadie pareciera importarle gran cosa, acaso porque sospechaban lo mismo que yo o porque, por el contrario, el recelo con que ostentaban su intimidad no les importaba gran cosa.

Los dos dos, juntos, haciéndose gestos de significado diverso, pacientes y tolerantes, más que como miembros de una banda, como vindicadores puestos al servicio de algo más grande que ellos mismos, como consejeros, parientes lejanos de nosotros, este grupo de gente a cuya compañía ellos asistían apáticos, no buscando más recompensa que comprobar la armoniosa eficiencia del cumplimiento de sus profecías, despreocupados de los vaivenes de su propia suerte, sea porque habían aprendido a plegarse a lo que las circunstancias les arrojaran o porque no tenían ninguna ambición más allá de existir en una vida breve donde no hubiera tiempo para envejecer, comprometerse o arrepentirse, indiferentes de que la compañía que les tocara en turno coincidiera con ellos en conceptos de comodidad, autonomía o egoísmo.

Los desconocidos perfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora