V - Primeros pasos

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Samuel pasó por mí a las seis en punto. Vale decir que a esa hora yo seguía profundamente dormido, cual un oso en hibernación, por lo que al escuchar la insistencia con que tocaba el timbre fui a abrirle la puerta más bien de mal humor.

—Buen día dormilón, tenemos que hacer, vestite y date un baño, que parecés un adolescente con resaca.

Recordé que, en su insondable perspicacia, prediciendo con precisión mis intenciones, Javier nos había atado a compromisos con las chicas el día de ayer. Samuel me dijo que a él tampoco le hacía gracia ser guía turístico de nadie, así que me entendía a la perfección, pero las chicas ya estaban aquí, por lo que había que apretar los dientes y, ni modo, hacer lo que hubiera que hacer, que de cualquier forma no podíamos quedarles mal puesto que en sí ellas no tenían la culpa, etcétera.

—Además —me dijo, dándome la espalda mientras me vestía—, el otro día descubrí un lugar donde sirven unos desayunos fenómenos. Así que primero nos pasamos por ahí y después vamos por ellas.

—¿Y para eso me despertaste? ¿Para llevarme a desayunar?

—¿No es lo que hacen los amantes? —repuso burlón.

—Bueno, no sé qué tipo de amantes serán los tuyos, pero yo hubiera esperado algo más emocionante que unos huevos revueltos.

—Ni tan revueltos como tu vida amorosa.

—¡Oye! Eso fue un golpe bajo —me reí.

—Al menos agradecé que alguien se preocupa por vos, por que estés bien nutrido al menos. ¿Viste?, siempre te llevo en mi mente —dijo él con un exagerado tono meloso.

—Tocaste un punto débil, amigo. Pero al menos mis planes no incluyen despertar a alguien para llevarlo a desayunar.

—Tenés razón, debería haber esperado a que te invitaras vos solo... como siempre.

—Bueno, ya que me arrancaste de la cama, ¿al menos me llevarás a ese lugar de desayunos fenómenos?

—Claro, y si te portás bien, hasta te dejo pedir algo más que café negro.

—Dios me libre y me guarde... —me persigné.

Samuel soltó una carcajada.

—Uno quiere hacer algo lindo y vos no te dejás.

Era uno de esos días extraños en los que, a pesar de estar nublado, se sentía calor. A pesar de las ventanas de al automóvil bajadas, íbamos aspirando el aire cargado de humedad que se levantaba desde el suelo y se nos pegaba a la cara como una lámina pegajosa, dejándonos un sabor como a tierra en la boca. También, con todo, era uno de esos días que prometían cosas extraordinarias, como si todas las cosas del mundo ya hubieran sido concebidas de antemano y sólo tuviéramos que descubrirlas. Todo podía pasar siempre que quisiéramos, bajáramos la guardia y nos abandonáramos con fe ciega a los azares, y posibles decepciones asociadas, de esta vida, la mejor de todas según algunos, porque es efímera y absurda, gracias al cielo...

—¿Ya pensaste en qué vamos a hacer con las chicas hoy?

—Nada —dijo Samuel en un tono cansado—. Te recuerdo que todo esto es por el delirio de Javier, él debería hacerse cargo.

—Debería —asentí—, pero ya viste que anoche nos las enjaretó sin más, como si nos hubiera visto cara de niñeras.

—Eso sí, pero qué se le va a hacer, che. —Samuel sonrió irónico; conocía esa sonrisa, siempre la ponía antes de hacer uno de sus comentarios mordaces—. Aparte, yo ayer te vi muy atento con una de ellas, dándole a mano para bajar del auto y todo. A true gentleman.

Los desconocidos perfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora