Capítulo 5

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Pasear en la mañana por el camino que recorría el puerto de la Bahía Aureum de un extremo a otro, era una de las cosas que más le gustaba a Jisung.

Había dejado a su hermano Chris en la taberna de Cuatro Puntas y se había escabullido para poder ver el mar en soledad y ordenar un poco sus pensamientos.

Siempre había pensado que cuando alguien te hace daño, lo mínimo que mereces es una disculpa, pero… ¿Qué ocurre con las personas que te hacen daño sin ser esa su intención?.
Su relación con Minho en el pasado fue hermosa, y debía admitir que el cobrizo siempre había sido sincero con él, su deseo era subirse a un barco y pasear por otros puertos, no permanecer en el Reino de Alea, se lo había dejado claro incontables veces, y este no tenía culpa de que los deseos de Jisung fueran diferentes.

De camino a casa, la noche anterior había llegado a la conclusión de que no necesitaba el perdón de Minho, tampoco olvidar lo que fueron, ni negar cuanto lo amó, porque para eso tendría que naufragar una parte de sí mismo, y él no quería vivir en pedazos rotos y perdidos, quería vivir completo, aunque eso implicase ser hogar para marcas y cicatrices.
Pero esa increíble resolución a la que había llegado no era lo que tenía a su corazón con ganas de hacer camino entre sus costillas.

Sino ese enredo de labios y sentimientos desenterrados, lo había besado, de nuevo, y se había sentido como el primer día, mentira, había sido todavía mejor, extraordinario, pero lejos de ser una buena noticia era una desgracia más en su lista.

“El Príncipe Jisung, Sangre de acero, besó con furia y pasión a un hombre casado”, ya se lo imaginaba en los titulares de los periódicos si es que alguien los había visto a escondidas, su corazón tropezó en su siguiente latido solo de pensarlo.

—Buen día su majestad, la mañana hoy luce fulgente, es una pena que haya olvidado mi sombrilla en el Palacio.

Jisung se volteó hacia la persona que le hablaba, no pudo reconocer su voz, pero sí su rostro cuando sus ojos lo enfocaron, y su mandíbula estuvo a dos segundos de caerse al océano.

—Buen día Doña…—Se rascó la cabeza, solo la había visto un par de veces y estas eran sus primeras palabras.

—Liz, Señorita Liz por favor—Sonrió con delicadeza, cruzando las manos con soltura, ejerciendo unos movimientos muy bien estudiados.

—Disculpe, como es usted una mujer casada…Creí que debería llamarla Doña, o Señora al menos—Fijó de nuevo su mirada en el horizonte, pidiéndole a algún dios que lo salvara de aquella incómoda conversación.

—Minho me ha hablado mucho de tí—Sonrió de nuevo, una sonrisa real, de las de verdad, sin actuaciones incómodas.

—Entonces su imagen de mí debe ser horrible Señorita Liz—La miró de nuevo con el ceño fruncido, frotándose el exterior de su brazo de forma insegura. ¿Por qué no dejaba de sonreír?.

—Está muy equivocado, nunca lo escuché hablar con tanto cariño de alguien, lo alaba por cada cosa que hace, dice que es el mejor en todo, incluso saca a relucir muchas veces el interés por su belleza, de vez en cuando tengo el atrevimiento de pensar que lo describe con la pasión de un hombre enamorado-Soltó una risa que no cargaba ningún tipo de rencor y eso dejó a Jisung fuera de la partida.

Si Minho hablaba de esa forma de él. ¿Esa señorita no debería sentir celos? ¿Por qué se comportaba como si no le molestara en lo absoluto? Es más, incluso parecía una de esas chicas que se dedican a cotillear con sus amigas sobre sus parejas favoritas en las funciones románticas de teatro.

¿Quería acaso esa mujer que Minho y él estuvieran juntos? Se pegó un golpe mental en la frente. ¿Qué estupideces pensaba? Debía empezar a poner en orden sus horarios de sueño.

Tu moneda de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora