–Perdóneme –pronuncio acalorada.
–No se disculpe, ¿está bien?
–Perfectamente.
Dicho esto, me separo y él me suelta la cintura. Mi corazón bombea a toda velocidad y no consigo apagar el rubor que se ha esparcido por todo mi rostro. El futuro conde tiene una leve rojez en sus mejillas; debe de ser porque se ha sentido incómodo, pues dudo que haya sido por otra razón.
–¿Entramos? –pregunto al ver que se queda callado.
–Sí.
Pasamos por unas columnas muy altas que están sujetas al gran teatro de Bristol y cruzamos la puerta, donde se encuentran numerosas personas que llevan relucientes joyas y, los caballeros, sombreros de copa. Miro mi vestido y me doy cuenta de que no estoy a la altura.
–Señorita Barnes –me susurra Sir Byron–, está usted deslumbrante.
Mis ojos se centran en él, quien me sonríe cálidamente como si lo que acaba de decir fuera lo más normal del mundo. Siento que mi rubor regresa y yo maldigo entre dientes, pero escucho una risita a mi lado y sé que el futuro conde me ha oído.Ignorando la vergüenza que estoy pasando, nos dirigimos a un asistente muy bien vestido, quien nos indica la sala a la que tenemos que ir. Subimos unas escaleras y cruzamos el umbral de una puerta, la cual nos lleva a unas butacas. Miro abajo, donde muchas personas se están colocando en sus sitios; tengo que admitir que desde aquí arriba se ve mejor el escenario.
–Señorita Barnes, ¿quiere que nos sentemos o le dejo más tiempo para contemplar el teatro?
Miro al futuro conde y se me escapa una risita. Abro la boca sorprendida al fijarme en los detalles de la decoración de este amplio lugar.
–¡Es hermoso! –exclamo contenta.
–Señorita –me avisa el asistente–, la función está a punto de empezar.
–Uy, perdone.
Me siento en la butaca con rapidez y Sir Byron contiene una carcajada porque está apretando los labios con fuerza. Yo no puedo aguantar más y me río. En consecuencia, contagio al futuro conde y no paramos hasta que nos mandan callar.
–Me alegro que se lo esté pasando bien –me susurra.
–Créame, lo estoy disfrutando demasiado.
Nos sonreímos y yo aprovecho para preguntarle:
–¿Le gusta el arte?
Él se sorprende ante mi comentario, aunque enseguida responde:
–Me fascina.
–¿Qué pinturas le gustan más?
–Las que evocan emociones de melancolía, serenidad y romanticismo.
Vaya, no sabía que era tan profundo.
–¿Cuál es su pintor favorito? –pregunto muerta de curiosidad.
–Sin duda es Caspar Friedrich.
–Sus obras son paisajistas, si no me equivoco.
–Sí, son asombrosas.
–¿Alguna le produce tristeza?
Su semblante se torna serio y desvía la mirada. Oh, no. La he fastidiado, tengo que solucionarlo.
–Perdóneme si...
Mis palabras son interrumpidas al apagarse las luces y, seguidamente, miles de aplausos inundan el lugar cuando se abre el telón. Mi disculpa tendrá que esperar, aunque no entiendo qué le ha podido recordar mi pregunta; parecía afectado.Los instrumentos empiezan a sonar mientras el director dirige el espectáculo y me embriaga un sonido de sosiego que no puedo describir con suficientes palabras. Es impresionante todo lo que transmite la música, su melodía es cautivadora.
Llega una pieza en la que los instrumentos suenan melancólicos y románticos. Me invade un sentimiento de tristeza, pues me transporta a mi adolescencia donde prometí que solo me casaría con alguien a quien amara con todo mi corazón, y que fuera correspondida.
Se me saltan unas pocas lágrimas que no puedo reprimir y noto que alguien deposita su mano en la mía. Miro para comprobar que solo es mi imaginación, pero me doy cuenta de que es real; es la mano de Sir Byron. Sus ojos también están lacrimosos, pero retiene las lágrimas con un semblante serio. ¿A qué le ha recordado esta melodía?
Más tarde, acaba la música y la sala se llena de aplausos por todo lo hermoso que hemos escuchado. Nos levantamos al cesar el ruido y nos encaminamos hacia el exterior. Miro a Sir Byron, quien tiene una expresión seria y decido comentar:
–Me ha encantado el teatro, sin duda pienso volver.
Él se centra en mí y me dedica una pequeña sonrisa, aunque no le llega a los ojos. Yo insisto de nuevo:
–¿A usted qué le ha parecido?
Él se queda pensativo hasta que responde:
–También volveré.
Eso me saca una sonrisa, pero el futuro conde desvía la mirada de nuevo y siento que mis esfuerzos para conversar con él son en vano. Seguidamente, entramos en el carruaje y él se sienta delante de mí. Su expresión no cambia, parece que la última melodía le ha afectado sobremanera.
–Sir Byron, ¿está usted bien?
Él alza la mirada hacia mí y me contesta:
–Sí, ¿y usted?
–Por supuesto, ¿por qué me lo pregunta?
–Porque se le cayeron unas pocas lágrimas, perdone mi intromisión.
–No tiene que disculparse, a usted le pasó lo mismo.
Él mira por la ventana y oigo que suspira profundamente.
–Sabe que puede confiar en mí, ¿verdad? –le digo preocupada.
–No debería.
Eso me deja sin palabras, pues voy a convertirme en su esposa en pocos meses.
–¿Disculpe? Si no confía en mí, ¿qué estamos haciendo?
Él vuelve a centrar su atención en mí y responde:
–No entiendo a qué se refiere, no debería importarle mi confianza.
–¿Por qué dice eso?
Él se queda mudo y yo aprovecho para añadir:
–Ya veo, como usted solo busca un heredero...
Mis palabras hacen que los ojos del futuro conde se abran como platos y se quede con expresión confusa, pero no entiendo su reacción; debe de estar disimulando.
–¿Cómo puede pensar eso de mí? –me pregunta dolido.
–No hace falta que finga delante mío.
–No entiendo qué es lo que está diciendo, ¡es usted la que se quiere casar conmigo por mi fortuna!
–¡¿Cómo?! –exclamo desconcertada.
No puedo creer las mentiras que está diciendo. De repente, el carruaje se para y veo que estamos delante de mi casa. Abro la puerta y salgo rápidamente para alejarme del futuro conde mentiroso.
–¡Espere! –me dice cogiéndome del brazo.
–¡Suélteme! Ya se ha burlado de mí lo suficiente.
Él se aleja unos pasos y su expresión parece dudosa, pero a continuación contesta:
–Señorita Barnes, no entiendo lo que está pasando.
Yo frunzo el ceño sin saber qué más decir y él añade:
–Justo antes de anunciar nuestro compromiso, mi padre me dijo que una dama estaba interesada en casarse conmigo.
Espera, ¿qué?
–Y como ya he cumplido los veintidós años me obligó a comprometerme con usted –me sigue explicando–. Por eso la he odiado desde el principio, pensaba que solo quería un título y riquezas.
Madre mía, esto no puede estar pasando.
–¿Señorita Barnes? Diga algo, por favor.
Nos han engañado a los dos como completos ilusos y ahora no hay vuelta atrás.
–Sir Byron, su padre le dijo al mío que usted quería casarse.
Yo respiro profundamente y continúo:
–Por eso firmaron el contrato y a usted le odié porque pensaba que era un libertino que solo buscaba un heredero.
–Espere un momento, ¿qué contrato? –me pregunta confundido.
–Uno que le dio el conde a mi padre para cerrar un trato –explico–. Nos robaron los ahorros y me obligaron a prometerme con usted a cambio de que su padre nos dejara dinero, y también así podía hacer sus negocios en el puerto.
–¿Cómo? ¿Negocios de mi padre?
–Sí, pensé que estaba enterado.
–No, a mi madre y a mí no nos comentó nada de ningún contrato y mucho menos de un negocio en el puerto.
Esto cada vez se complica más.
–Estoy muy confundida...
–Tendré que hablar con mi padre.
Eso es una pésima idea. No podré descubrir nada de sus negocios si su hijo se lo pregunta directamente.
–¡No! Mejor que no.
–¿Por qué?
Me quedo callada, pues no quiero mentirle.
–Señorita Barnes –se acerca a mí–, ¿hay algo que debería saber?
–Tengo que entrar en casa, buenas noches.
Dicho esto, cruzo la puerta de la pastelería rápidamente y la cierro. Sin mirarle, subo las escaleras y voy directa a mi habitación. Me quito el vestido, me pongo el camisón y me tumbo en la cama. Mi hermana se despierta y me da un abrazo cariñoso.
–¿Cómo ha ido el teatro con Sir Byron?
–Muy bien.
–¿Ahora os lleváis mejor?
–A dormir, Cathy.
Nos tapamos con la sábana y me cuesta dormir. Rememoro lo que he hablado con el futuro conde y me doy cuenta de que hemos sido engañados por su padre; me temo que quiere sacar provecho para algo nada bueno y pienso averiguar qué es.
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ESENCIA DE LIRIOS
RomanceLily Barnes acaba de rechazar su tercera propuesta de matrimonio, pues no cree que pueda encontrar a un hombre digno de merecerla en la Inglaterra de 1825. Su madre, cansada de la actitud de su hija, decide recurrir a una familia en particular para...