ℂ𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠 𝟟

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A la mañana siguiente Bonnibel abandonó su habitación, sola, un poco antes de las siete. No dijo nada cuando los dos agentes del Servicio Secreto salieron de la habitación de enfrente y se pusieron a su lado. Una vez en el vehículo, se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Oyó que el jefe del equipo llamaba a Marceline y la informaba de la hora aproximada de llegada a la residencia. «Estupendo. Realmente me apetece verla en este momento.»

Marceline estaba esperando en la entrada lateral de la Casa Blanca cuando el Suburban frenó. Observó cómo Bonnibel descendía y se fijó en sus ojos, ligeramente hundidos, y en su expresión tensa. Habría que darse prisa para conseguir que despachara al gabinete de prensa sin necesidad de anunciar que había pasado la noche fuera. Y Bonnibel tenía toda la pinta de haber pasado la noche fuera y levantada, tirándose a alguien. Marceline se imaginó que su aspecto no debía de ser mucho mejor que el de Bonnibel, porque se sentía fatal. No se saludaron. Marceline guió a Bonnibel a laberinto de pasillos hasta el ascensor que conducía a los aposentos de la familia.

—Estaré fuera con los coches. El avión sale a las ocho y media.

—Estupendo.

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El trayecto al aeropuerto apenas media hora después fue igual de frío.

En el avión, Bonnibel le echó un vistazo al pasillo y se tendió en los asientos de atrás. Marceline se acomodó en el primer asiento, se inclinó y cerró los ojos. No había dormido mucho. Ninguno de ellos lo había hecho. Entre seguir el rostro de Bonnibel y vigilar el hotel el resto de la noche, la mitad del equipo había trabajado en una noche que contaban tener libre. Cuando el avión aterrizó en Nueva York cuarenta minutos después, Marceline acompañó a Bonnibel al vehículo de servicio que esperaba y se sentó a su lado en la parte de atrás. Al cabo de una hora Bonnibel debía reunirse con el alcalde para presidir el desfile del día de Año Nuevo.

—¿Adónde, señorita Bubblegum? — preguntó Marceline automáticamente.
Desde la desaparición de Bonnibel la noche anterior y su tardía aparición esa mañana, toda la agenda había cambiado.
Marceline no tenía ni idea de sus planes y la enfurecía aquella desventaja.

Por una vez, Bonnibel se mostró obediente.

—Debo ir a casa a cambiarme.

Marceline asintió, le transmitió el mensaje al conductor y al coche que las seguía y se recostó en el asiento. Aplacó su ira. No le daría a Bonnibel la satisfacción de saber lo desasosegante que había sido para ella el interludio del bar. Las horas vividas con Claire le habían proporcionado satisfacción a su cuerpo, pero no habían borrado el recuerdo de la boca de Bonnibel en la suya ni la exigente promesa de sus manos sobre su cuerpo. Era un recuerdo que a Marceline no le agradaba, y los ligeros arañazos que observó en los labios de Bonnibel le indicaron que había pasado la noche satisfaciendo sus necesidades con una extraña.

«Por Dios, Abadder, no seas idiota.
Cualquiera servirá, al menos mientras ella lleve las riendas. Lo que ocurrió es que estaba ahí.»

Cuando se detuvieron ante el apartamento de Bonnibel, Marceline envió a Finn por café mientras ella aguardaba en el vehículo. Cerró los ojos sin pensar en nada. Cuando la puerta volvió a abrirse, levantó la vista y la desvió rápidamente, mientras Bonnibel Bubblegum se deslizaba en el asiento de atrás y se sentaba frente a ella. Aquella mujer no se parecía nada a la que Marceline había seguido hasta el bar gay de Washington la noche anterior. La otra era salvaje, indómita e indomable. Bonnibel se comportaba como una depredadora, mucho más peligrosa aún porque resultaba irresistible. Era hermosa como los animales salvajes y Marceline había caído presa de su poder aunque se empeñase en negarlo.

ℍ𝕠𝕟𝕠𝕣 「𝔸𝕕𝕒𝕡𝕥𝕒𝕔𝕚𝕠𝕟 𝔹𝕦𝕓𝕓𝕝𝕚𝕟𝕖♡」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora