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El mercado se caracterizaba por ser el centro de todo Everland, la gran mayoría de sus ciudadanos buscaban entre los diferentes puestos lo que deseaban encontrar

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El mercado se caracterizaba por ser el centro de todo Everland, la gran mayoría de sus ciudadanos buscaban entre los diferentes puestos lo que deseaban encontrar. No era un mercado común o corriente, en este podías encontrar desde alimentos hasta objetos mágicos que solo piensas que se pueden darse en los cuentos de hadas, pero Everland es eso, un cuento de hadas infinito que nunca acaba.

Observando los puestos podías encontrar hadas en busca de polvos, elfos en busca de lanzas, brujas en busca de ingredientes raros y exóticos para sus conjuros; o quizás un príncipe de corona manchada y prestigio arrebatado.

El joven caminaba tirando de la cuerda que amarraba su caballo entre las personas, ya tenía todo lo que necesitaba para sobrevivir el resto de la semana. Pero aún debía pasar por un puesto más. 

Escondido entre los otros puestos, en el comienzo de un callejón, se hallaba un puesto desamparado y desolado. Pocos paraban a prestar atención al viejo hombre de expresión juzgadora y de lengua afilada, su expresión se relajó al reconocer al joven que se acercaba con una sonrisa junto a su caballo blanco.

— ¿Te parece bien hacer esperar a un viejo tanto tiempo? —escupió con desagrado observando atentamente al joven

— Usted es el que decide malgastar sus últimos años de vida en esperar a un joven  —le contestó con diversión, esa era la forma en la que se saludaban siempre que se veían.

— Estúpido niño —le insultó el hombre sin ningún tacto.

El hombre poseía un carácter peculiar, aunque muchos lo catalogaban como un viejo cascarrabias, pero Minho lo admiraba, bajo sus ojos era hombre que vivió mil vidas, siempre que hablaba de las miles aventuras que vivió de joven y daba los mejores consejos. Ese hombre de avanzada edad era sin dudas un gran pilar en la vida de Minho.

— ¿Te llegó alguna carta? — preguntó de inmediato, la esperanza le invadió el cuerpo con el asentimiento de cabeza del anciano.

— Llego esta mañana —indicó el hombre, llevó una de sus manos debajo del puesto y en segundos una carta ,con el sello característico del reino de Arendelle, se destacaba en el blanco papel — Tomalá chico, se me cansa el brazo.

Rápidamente la tomó y agradeció, por impulso fue a abrirla allí mismo pero el hombre le frenó.

— Este no es el lugar, chico, hay muchos ojos observando — le advirtió el anciano — Léela cuando llegues a tu hogar.

Tenía razón, no podía permitirse ser imprudente y abrirla en un lugar público como el mercado. Tras agradecer una vez más, se despidió del buen hombre y prometió verle en la siguiente semana. Salió del mercado, sin llamar la atención se alejó y salió del pueblo montado en el lomo del caballo.

Happily Ever After (TXT x SKZ)Where stories live. Discover now