Las estratégicas disculpas

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En serio que no puedo entender cómo caí tan fácil en su jueguito. Bueno, siempre fui muy controlada con mis emociones, me mantengo tranquila y respondo con respeto, pero dando mis opiniones directamente.

Hoy, fue otra historia.

Creo que jamás me había enojado tanto con alguien, y menos, al punto de querer golpearlo con una pelota.

Pero, de verdad. Muy sinceramente. ¿Sí se lo merecía, no?

¡Claro! Si tan solo tuvieras puntería, idiota.

¡Un pequeño error de cálculo! El ángulo era perfecto, pero no conté la velocidad del viento. Ni que se movería como si tuviera ojos en la espalda.

No había viento y a Cameron no se le movió ni un pelo.

Y por mis estúpidos impulsos, ¡ahora estoy sentada frente a la oficina de la Directora Lee, esperando a que me llame!

Y lo peor de todo, es que el idiota de Cameron también espera junto a mí, porque, claramente, el Profesor Quinn nos trajo a ambos para acusarnos con la Directora y que nos pongan una sanción. ¡UNA SANCIÓN!

Durante todos estos años, jamás me castigaron ni tuve problemas.
Tengo notas perfectas y asistencia perfecta, asi que no permitiré que un tonto me mande al muere.

Por lo tanto, espero que se entienda el desastre que soy en estos momentos y el porqué volteé a hablarle con irritación.

—Todo esto es tu maldita culpa, Cameron.

—Yo no fui quien intentó golpear al otro con una pelota, Cuco.

—¡Deja de decirme así! ¡Y tú me golpeaste primero!

—Con la diferencia de que no fue intencionalmente. En cambio, tú lo hiciste con intención de romperme la cara en dos—resoplo con pesadez.

—Que exagerado que eres. Eso es técnicamente imposible considerando que no tengo puntería y que hasta una hormiga tiene más fuerza que yo.

Lo señalo con el dedo acusatorio, en un intento de verme más intimidante. Pero, por supuesto, no funciona.

—Dí la verdad, Cameron Bell. No mientas para terminar dejándome mal parada a mí y tú salir ileso.

Él ni siquiera me mira, pero tiene una sonrisa ladina que no me dice nada bueno.

—¿Qué te hace pensar que voy a mentir? Voy a decir la verdad.

—No estás hablando en serio. No te creo.

—Hablo en serio, así que ya baja tres rayitas a la intensidad y deja de hacer eso con el pie. Me estresa.

Frunzo el ceño de repente y bajo la mirada a mi pie. Ni siquiera había notado que lo estaba repiqueteando contra el piso. Dejo de hacerlo al instante, apoyando una mano sobre mi pierna para asegurarme que no vuelva a ocurrir y volteo a verlo otra vez.

Sigue teniendo esa sonrisa y los ojos le brillan, como si estuviera tramando algo.

¿Qué estará pasando por ese cerebro de dos neuronas?

Iba a preguntarle qué es lo que está planeando, pero soy interrumpida por la puerta que se abre abruptamente. Incluso, creo que ambos nos exaltamos un poco por lo repentino que fue.

Es nada mas y nada menos que el Profesor Quinn. A simple vista se nota que está enojado, muy tenso, un poco sudado y su cabello despeinado, como si él mismo lo hubiese desordenado con las manos. Sus ojos azules recaen rápidamente sobre mí y yo no puedo evitar clavar mi mirada al piso, avergonzada por mis actos.

El Plan Que Nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora