•CAPÍTULO 14•

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La cocina siempre ha sido mi lugar seguro. Rodeada de harina; glaseado y chispas de chocolate por doquier; las decoraciones que le dan el toque final; y el sonido de la batidora, que para muchos es molesto, pero para mí es un arte.

Sólo entiendo que me siento cerca de mí antiguo hogar, porque recuerdo las tardes de competencias con mi padre en aquella cocina. Y a mi madre tomando el rol de decidir quién horneó las mejores galletas con solo un mordisco.

Siempre ganaba yo.

Y no sé en que momento comenzó este fanatísmo por la cocina, pero cuando la vida no está del todo bien, se vuelve más sencilla al estar fundida en un desastre que tiene un aroma exquisito.

Desde el living, alcanzo a escuchar que suena la campanita del temporizador del horno. Levanto la cabeza, dejándo un papel verde sobre la mesa de centro redonda, junto con los demas papeles de diferentes colores y mis bonitos origamis de estrellas.

—¡Por fin! Ya sentía que tardaba años.

Miro a Tyler, que está sentado a mi izquierda.

—Ya regreso, TyTy.

—Te espero aquí—dice concentrado, en un intento de que su pincel no se mueva ni un milímetro de más de las flores que pinta en ese frasco de vidrio.

Me levanto del sillón blanco con forma de L de mi casa y corro hacia la cocina, un poquito emocionada por esta nueva receta. Antes de entrar, esquivo a Nala que está en su quinto sueño rejuvenecedor.

Quién pudiera tener esa vida.

Rápidamente, me coloco mis manoplas y bajo la tapa del horno, poniéndome en cuclillas para observar el interior.

El aroma de la masa de donas me invade en cuestión de segundos. Debo cerrar los ojos para sentirlo al máximo y una sonrisa se me escapa inevitablemente.
Por un instante, siento que regreso a ser una niña de 10 años, con el sueño de convertirse en una famosa chef pastelera y poder reventar los estómagos de todos con postres.

En un buen sentido.

Vuelvo a abrir los ojos y tomo el molde para donas en mis manos. Lo apoyo sobre la mesa, al mismo tiempo que cierro la tapa del horno con un movimiento de mi pie.

—¡¡La masa está lista!!—doy vuelta el molde sobre una bandeja y comienzo a darle suaves golpecitos para despegarlas.

En menos de un minuto, Tyler llega a mí lado sonriendo encantadoramente y sosteniendo un pincel en su mano. Me quito las manoplas, dejándolas sobre la mesada

Capto justo a tiempo sus intenciones de querer arrebatarme una de las donas y le pego un manotazo en la muñeca.

—¡OYE!—se queja Tyler y aleja la mano.

—Que ni se te ocurra.

—¡¡Solo una!!

—¡No, Ty!

—¡¿Ni un poquito?!—agudiza su voz, indignado.

—¡No!

—¡¿Por qué?!

—¡Porque no! Aleja tus manos, ¿oíste?

Lo señalo con el dedo acusatorio a centímetros de su rostro. Su sonrisa desaparece, para cambiarse por una mueca.

—No pongas esa cara. Además de que no están terminadas, también vas a quemarte—continúo con mi trabajo de quitar las donas—. ¡Están recién salidas del horno!.

Tyler resopla.

—Ya pareces mi madre—cruza sus brazos.

—¿Tengo razón o no?.

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