... Pequeño Sumire

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Era la primera vez en su vida que sentía el tacto directo del volante del auto con su piel, siempre lo sentía por medio de sus guantes. La textura era algo extraña, se sentía como plástico y piel, aunque no estaba realmente seguro de que así se sintiera el plástico, llevaba demasiado tiempo sin sentirlo. Sus guantes seguían en el bolsillo de Dazai, salió tan apresurado hacia el auto, que ni siquiera se tomó la molestia de pedirlos. ¿El problema? Tenía a Dazai tocando la piel de su cuello para que no se activara la habilidad y Chuuya era una persona realmente sensible en esa parte del cuerpo, por lo que tenía que concentrarse el doble de lo normal a la hora de manejar, ya que Dazai conocía perfectamente ese detalle.

-¿Seguro que no prefieres que sujeté tu brazo? -preguntó Dazai con una sonrisa

-Lo necesito para manejar -respondió Chuuya girando el volante sin dejar de mirar al frente

-¿Y el abdomen?

-En tus sueños lo tocarás -repuso

Si, cuello era sensible, claro que sí, pero no quería averiguar que pasaría si las manos de Dazai se paraban en su piel, al menos no mientras conducía, por lo que solamente negó hasta poder estacionarse en el edificio de la mafia.

-Bueno, dame los guantes -dijo Chuuya soltando el volante

-Ya voy, ya voy -respondió metiendo la mano en su bolsillo

Comenzó a palpar la tela con una sonrisa engreída pero, de pronto, esa sonrisa se borró por completo.

-No estoy para juegos, Dazai, es serio. Necesito los guantes -dijo Chuuya algo estresado

-No están... -susurró Dazai mirándolo a los ojos

-¿Que no están? ¿Cómo que no están? -preguntó casi gritando -. Solo tenías que dejarlos en tu bolsillo, Dazai

-Tú viste como los metí, Chuuya, te prometo que no están -respondió algo alterado

-¿Y ahora que hacemos, imbécil?

Ambos guardaron silencio mirando al edificio de la mafia. No podía entrar al edificio sin sus guantes, ni siquiera tenía el valor de salir del auto sin ellos. Fue entonces cuando, fijándose en el rostro nervioso de Dazai, tuvo una idea.

Bajar fue algo divertido para Chuuya pero un completo desastre para Dazai, ya que no querían soltarse para evitar insistentes, pero eso implicaba que debían salir por la misma puerta.

Y para una persona de 1.81 era algo complicado esquivar una caja de velocidades, el techo y, además, sujetarle la mano a alguien al mismo tiempo. Por su parte, Chuuya no dejaba de reír ante tan divertida imagen, preguntándose que tan correcto era eso.

-Que gracioso percherito -murmuró Dazai al cerrar la puerta -. Bien, ¿Hacia donde?

-¿Recuerdas la sala de juntas? -respondió girando la cabeza hacia uno de los últimos pisos del edificio

-Soy un traidor, me matarán si pongo un pie encima

-Al que te dispare lo mato -respondió con voz cansada comenzando a caminar escaleras arriba -. Vamos, Dazai, no te pasará nada mientras estés conmigo.

Había algo que Dazai había evitado desde que escapó de la mafia, ese algo era volver a pisar el edificio de la mafia por completo. Matarlo era difícil, pero tampoco quería un castigo digno de la Port Mafia por haber escapado, pero ahí estaba ahora, casi 5 años después de haber desaparecido de aquel lugar, pisando ese suelo de azulejo para dirigirse al ascensor que tanto odiaba camino a esa vieja sala de juntas donde tomó tantas decisiones.

Se sentía algo nervioso, un tanto impotente. ¿Tendría que ver a su antiguo jefe? No, gracias, prefería saltar desde el último piso antes que tener que tratarlo.

Entre vinos y vendajes - SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora