... Solo dame una oportunidad

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Si algo detesto es que la gente vea mis cicatrices. Me siento expuesto, desprotegido, detesto que vean lo frágil que puede ser mi cuerpo al ver todas las marcas que me recorren, la profundidad de ellas y la cantidad en la que están por toda mi piel. Y precisamente por eso detesto los hospitales.

En el hospital los doctores creen que pueden quitarte todo como si fueras un simple muñeco de trapo y cuándo menos te das cuenta estás como si nada, solamente tienes una bata. ¿Dónde está tu ropa? Quien sabe, ¿Tu teléfono? A saber, ¿Y tus montones de vendas? Excelente pregunta.

Tuve que montar un escándalo enorme para que me regresaran mis vendas porque el médico no quería que me vendara de nuevo, pero se consiguió.

Pero la parte que más frustra es que tengo que estar postrado en esta estúpida cama mientras Chuuya está ahí fuera, seguramente enojado conmigo y soltando blasfemias, cuando lo único que quiero es ir con él y explicarle lo ocurrido.

Desde ese día en el que le lanzó las flores, Chuuya no había vuelto a pisar el hospital. Dazai le pidió a Atsushi que buscara a Chuuya y, aunque al principio negó, terminó aceptando, diciéndole que Chuuya ni siquiera le quiso abrir la puerta, cosa que no lo sorprendió en absoluto, sino todo lo contrario. Le hubiera sorprendido más que hubiese abierto la puerta.

Todo lo que quedaba por hacer era esperar a que le dieran el alta. Ya estaba cansado de las revisiones, los chequeos, el que le limpiaran la herida y que quisieran quitarle las vendas en cada maldito momento del día, necesitaba ir a su casa y ponerse su ropa, la ropa de hospital comenzaba a darle demasiada picazón y no estaba seguro de cuánto tiempo más podría soportar su cordura.

Finalmente, después de un enorme y atareado papeleo, cosa que detestaba con todo su ser, al fin le dieron el alta. Kunikida fue a recogerlo. Y aunque agradecía ese detalle, su corazón esperaba que Chuuya fuera a verlo, aunque fuera para gritarle, necesitaba verlo más lo que se imaginó.

Pero sabía que, después de ver los ojos de Chuuya, era poco probable que incluso le tomara el teléfono.

Hacía mucho tiempo que no veía esos ojos en él y no sabía exactamente qué significaban.

Subió al auto pensando en qué hacer, como hablar con él, como disculparse, no sabía exactamente qué palabras usar, cosa que Kunikida notó mientras manejaba, por lo que se estacionó en la calle, mirándolo serio.

-¿Ahora que se supone que tienes? -preguntó algo desconcertado -¿Que pasó en estos días?

-Es algo largo de decir... -murmuró desviando la mirada -¿Podemos ir a casa? Extraño mi cama

-Claro, irás después de que me expliques que demonios le hiciste a Chuuya

Dazai lo miró desconectado, viendo como Kunikida se había cruzado de brazos para mirarlo con el ceño fruncido, justo después de acomodarse las gafas con un gesto severo.

-El mocoso me lo contó todo -explicó al notar su mirada -. Me dijo que te acostaste con la de la limpieza por una computadora

-No pensé que Atsushi fuera así de soplón -se quejó con vergüenza

-Lo obligué a decirme. ¿No pensaste que le iba a preguntar de dónde demonios sacó tanta información si solo fue a verte al hospital?

Dazai soltó un suspiro avergonzado desviando la mirada hacia la ventana. Ahora también tenía a Kunikida regañándolo en el auto, por si no se sentía lo suficientemente estúpido ya, ahora también de sentía expuesto y avergonzado.

Pero Kunikida no sabía exactamente qué postura tomar. No le agradaba la idea de que Dazai, un detective, tuviera algo que ver un mafioso, no solo porque se tratara de la organización enemiga, sino porque sabía que ese fue su pasado y quería mantenerlo medianamente lejos de él, pero, al llegar al hospital, cuando vio los ojos de preocupación de Chuuya y el brillo de alivio que se apoderó de ellos en el momento en que supo que Dazai estaba bien, algo le dijo que, quizá, ellos dos se necesitaban mutuamente y se harían bien de alguna manera. Y precisamente por ese motivo quería que Dazai se disculpara con Chuuya.

Entre vinos y vendajes - SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora