2. Consecuencias

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No podía levantarse de la cama. Le dolía todo el cuerpo, y no era por lo que había pasado la tarde anterior. Había disfrutado tanto que jamás podría olvidarlo.

Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos desesperado. Ardía de fiebre, y no era solo eso. Notaba la garganta cerrada, le costaba respirar y al toser le dolía mucho el pecho. La noche anterior cuando volvió al apartamento estaba calado hasta los huesos, se fue directo a su baño y se dio una buena ducha caliente, pero ya era tarde por lo visto.

Intentó pedir ayuda, pero la voz también le estaba fallando, solo podía susurrar muy bajito. Ya sabía lo que le iban a decir los demás, sobre todo Tom.

Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y trató de levantarse de la cama sin caerse al suelo por lo mareado que estaba. Se apoyó en la pared para caminar y llegó con esfuerzo hasta la puerta casi sin respiración. Abrió la puerta con un último esfuerzo y sintió que estaba a punto de desmayarse. Se apoyó en el marco y se dejó resbalar hasta el suelo. Su último pensamiento antes de caer inconsciente es que alguien le vería ahí tirado en mitad del pasillo...




Cuando recobró la consciencia estaba otra vez acostado en su cama. Notaba un paño húmedo en su frente y que había alguien sentado a su lado. Sabía que es Tom sin abrir los ojos.

— ¿Hola?—susurró muy bajito, haciendo una mueca de dolor.

—No trates de hablar ahora—dijo Tom cogiéndole la mano— El médico vendrá enseguida. Tú solo trata de descansar.

Abrió los ojos y vio el miedo en los de su hermano. Le había dado un buen susto.

—Lo...siento...—susurró con esfuerzo.

—Te he dicho que no hables—le riñó Tom muy serio—Y vaya que lo puedes sentir. Me levanto y te encuentro tirado en mitad del pasillo ardiendo de fiebre. ¿Se puede saber que hiciste anoche con la tormenta que cayó? No, no me lo digas, que no debes hablar.

La puerta se abrió de repente y entró Gustav seguido del médico. Tom se levantó de la cama donde estaba sentado y se quedó atrás, pero no salió de la habitación. Gustav si lo hizo y dejó cerrada la puerta tras él.

—Veamos que tenemos aquí—empezó a decir el médico.

Le puso el termómetro en la boca y le tomó el pulso con una mano. Lo tenía muy acelerado. Cuando había pasado el tiempo necesario sacó el termómetro y arrugó la frente.

—Tienes 39.5º. No me extraña que te desmayaras.

—Sabe que tiene que tener cuidado de no ponerse malo, y ayer estuvo fuera de casa con la tormenta que cayó—explicó por encima Tom.

Bill arrugó la frente al escucharle. Quería decirle a su hermano que no se metiera en sus asuntos, pero le era imposible articular palabra alguna. Lo intentó pero un golpe de tos se lo impidió.

—Veamos como está esa garganta, aunque ya me hago una idea al ver que no puedes hablar, y esa tos es muy mala.

Sacó un palo de madera y tras hacerle abrir la boca se lo metió en ella y le alumbró con una pequeña linterna. La tenía toda roja, infectada y muy irritada.

—Ahora veamos como va tu corazón y pulmones.

Le retiró la ropa y le levantó la camiseta. Le puso el estetoscopio a un lado del pecho y luego al otro, escuchando como le costaba respirar.

— ¿Te duele el pecho al toser?

Bill asistió con la cabeza. El doctor frunció el ceño y sacando su recetario extendió un par de recetas y se las dio directamente a Tom.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora