4. Yo también te haré sentir bien

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Se encontraba recostado contra las almohadas. No tenía ganas de cenar, pero Tom se había empeñado en que tomase otro poco de sopa. Se la estaba dando él mismo, pues se encontraba tan cansado que no podía coger la cuchara sin derramar su contenido.

Pero Tom no era Andreas. No le estaba dando de comer de la misma manera tan dulce que se la dio él. No soplaba antes para que se enfriase un poco la sopa y cada sorbo que tragaba notaba como le baja abrasando su dolorida garganta.

Y para que no se manchara no le había puesto una servilleta sobre su pecho con la misma delicadeza que Andreas, sino que se la tiró a la cara, mientras que él se la quitaba y se colocaba sobre su camiseta mientras le dirigía una mirada llena de odio.

— ¿No quieres un poco más?—preguntó Tom acercándole la cuchara peligrosamente a sus labios.

Bill negó con la cabeza levantando la mano para que no le cayera sopa sobre el cuello. Otra vez.

—Te has tomado sólo medio plato—comentó Tom recogiéndolo todo y dejando la bandeja en la mesilla.

"Tengo el estómago revuelto. No puedo comer nada más sin miedo a echarlo"—escribió Bill sin fuerzas.

Tom lo leyó atentamente y puso una mano en su frente. Volvía a estar caliente. Demasiado.

—Creo que te ha subido otra vez la fiebre—murmuró poniéndole el termómetro sin darle tiempo a reaccionar.

Bill apretó con fuerza el termómetro entre sus labios. Estaba muy enfadado con él. Todo lo que hacía era con una brusquedad innecesaria. Como si estuviera enfadado con él por haberse puesto enfermo.

—Ha subido a 39º—dijo Tom resoplando—No es tan alta como la primera vez, pero sigue siendo muy alta. Lo mejor es que te tomes ahora la pastilla e intentes dormir. Me quedaré contigo esta noche, no quiero que te suba la fiebre y estés solo.

"¿Vas a pasar en la silla toda la noche?"—preguntó Bill preocupado. 

No quería que luego al día siguiente le echase en cara que le dolía todo el cuerpo por haber dormido en una incómoda silla.

— ¿Dónde sino me voy a quedar? ¿O quieres que me meta en la cama contigo?—preguntó Tom en broma.

"Es lo que hacías cuando éramos pequeños y enfermaba, dormías en mi misma cama por si necesitaba algo"—escribió Bill con tristeza.

—Tú lo has dicho, lo hacia cuando éramos pequeños—repitió Tom acercándole la patilla y el vaso de agua—Ahora somos muy mayores para dormir juntos en la misma cama. Sería raro...

"No sería tan raro"—pensó Bill tonándose la pastilla.

Le ayudó a acostarse y Bill cerró los ojos suspirando. El día anterior a esas horas también estaba en la cama. Pero era una cama bien distinta, y estaba con la persona que más quería en el mundo.

Ahora también estaba con otra persona a la que también quería mucho, pero de distinta manera. No tanto para entregarle su corazón, y su alma.

Su corazón ya tenía dueño. Pero, ¿y su alma?






Tom se despertó y se llevó la mano a su cuello dolorido. Se había quedado solo unos minutos dormido en la silla, pero suficientes para que el cuello hubiera cogido mala postura y le doliera horrores.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora