10. ¿Y ahora, qué?

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Los tres días siguientes fueron un infierno para Tom. Sobre todo el primero.

Cuando vio a ver a su hermano a la hora de comer llevándole una bandeja le sintió distinto. Estaba acostado en la cama, con una expresión muy triste en la cara, pero sus ojos estaban fríos, como si no hubiera ningún sentimiento en ellos. No veía ni tristeza ni dolor, y mucho menos amor.

Es como si le mirara sin verle, como si mirara más allá de él.

—Te traigo algo para que comas—dijo Tom esbozando con esfuerzo una sonrisa.

Bill cogió con desgana la libreta que alguien le había dejado a su lado y escribió sin fuerzas.

"No tengo ganas de comer. No tengo ganas de nada"

—Vamos Bill. Sabes que tienes que comer para ponerte bien enseguida—dijo Tom tratando de mantener la calma—Sino, vas a estar siempre mal.

"Ese es mi destino. Estar mal el resto de mi vida"—escribió Bill suspirando.

—No digas eso, me duele que pienses así. No quiero verte de esa manera—le suplicó Tom.

"Si no me quieres ver de esta manera, ya sabes donde está la puerta"—replicó Bill con sorna—"Ayer la cruzaste sin mirar atrás, para no volver a verme nunca más"

Escribiendo esto en la libreta la tiró al suelo después de que su hermano lo hubiera leído. Se dio la vuelta en la cama dándole la espalda. Sabía que se estaba comportando como un niño pequeño con una rabieta, pero su hermano había dejado muy clara su postura el día anterior y él tenía que empezar a afrontarlo. Afrontar el hecho de que iba a estar sólo el resto de su vida.

Tom dejó la bandeja en la mesilla y se agachó a por la libreta, dejándosela en la almohada. Salió de la habitación sin volver la vista atrás, como la vez anterior.

Bill se volvió en la cama y su cabeza tropezó con la libreta. La cogió y vio que su hermano le había escrito algo en ella, que leyó con dolor en los ojos.

"Estarás mal el resto de tu vida sino haces nada por evitarlo. Ya sabes donde estoy si quieres mi ayuda"





Los dos días siguientes fueron peores. Bill se negaba a comer, cada vez estaba más débil, y sobre todo deprimido.

Su hermano ya no le iba a ver, sólo iban su madre y Gordon. Georg y Gustav también fueron a visitarle, pero no pudieron hacer que les contara por escrito qué tal se encontraba. Hasta David había ido a verle. Le dijo que aplazaría todos los conciertos necesarios hasta que recuperada la voz del todo.

Pero nadie conseguía animarle. Se les quedaba mirando desde la cama con los ojos apagados, sin vida. Cuando se iban lloraba en silencio, en soledad. No quería que nadie le viera, que viera su dolor. Un dolor que cada día crecía más y más sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

Su madre no sabía que más podía hacer por él. Le suplicaba llorando que comiera algo, pero Bill se le quedaba mirando en silencio, con el dolor marcado en sus ojos. Ni siquiera negaba con la cabeza.

Luego su madre le suplicaba a su otro hijo que hiciera algo. Pero Tom también le miraba con los ojos llenos de dolor. Le decía que no estaba en sus manos, que Bill había decidido no recuperarse y que nada de lo que él dijera o hiciese iba a dar resultado.

Hasta que llegó el cuarto día. Tom se levantó una mañana muy decidido, se acabó el esperar a que su hermano reaccionara, a esperar en la habitación de al lado a que le permitiera volver a su lado. No se iba a quedar viendo como destruía su vida. Ya se lo había dicho la primera noche, pero si no hacía caso a sus palabras ya no sabia que más decirle.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora