3. Dulce contagio

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Andreas llegó al apartamento antes de la media hora. Le abrió la puerta Georg y le dio la mano a modo de saludo.

—Qué visita tan inesperada—dijo Georg sonriendo.

—Me ha llamado Tom para contarme lo de Bill—explicó Andreas forzando una sonrisa—Hablamos quedado par ir de compras y me ha pedido que le haga compañía

—Me parece muy bien—dijo Georg dejándole entrar—Debe estar muy deprimido por la cancelación del concierto. Seguro que tú le levantas el ánimo.

"Mientras que no le levante otra cosa"—pensó Andreas sonriendo.

Subió por las escaleras y fue a la habitación del cantante, abriendo la puerta con sigilo para no molestarle por si estuviera descansando. Al verle Tom se puso en pie y salió al pasillo para hablar con él.

—Se acaba de quedar dormido, pero necesito que nos hagas un favor—pidió Tom en voz baja.

—Lo que quieras, solo he venido a ayudar—dijo Andreas al momento.

—David solo ha cancelado el concierto, pero ha decidido que podemos hacer la entrevista sin Bill—explicó Tom resoplando—Nos vamos en una hora, ¿te puedes quedar con él hasta que volvamos? No creo que tardemos mucho.

—Por supuesto, y no te preocupes, no tengo nada que hacer y me puedo quedar con él hasta la noche—accedió Andreas encantado—Tardad lo que queráis, está en buenas manos.

—Voy a ducharme y a prepararme, ahora no creo que necesite nada, está profundamente dormido—explicó Tom— Baja a la cocina y tomate algo con los chicos.

Andreas aceptó de mala gana. Se moría por ver a Bill, por posar sus labios en los suyos, pero se consolaba al saber que iban a estar solos toda la tarde. Ya habría tiempo para eso, y con suerte para algo más.





Tom terminó de arreglarse y tras asomarse a la habitación de su hermano para comprobar que seguía dormido bajó a la cocina, donde encontró a sus amigos preparando algo de sopa para Bill.

—Ya estoy listo—anunció.

—David ha llamado. En 10 minutos pasa el coche a buscarnos—anunció Gustav.

—Procura que tome algo de sopa, y que no se te olviden las medicinas—explicó Tom a Andreas—Las tienes en la mesilla. Si le sube más la fiebre ponle paños húmedos por el cuerpo

—Si, tranquilo, no se me olvidaran las medicinas—prometió Andreas.

Escucharon un bocinazo en la calle y se dirigieron a la puerta. Andreas los acompañó a despedirlos y cuando vio que el coche arrancaba cerró con rapidez la puerta y fue a la cocina a por la bandeja con la sopa. Subió por las escaleras con cuidado de no tirarla por los nervios y entró en la habitación.

Bill continuaba dormido. Dejó la bandeja en la mesilla y aunque sabía que necesita descansar, no pudo reprimirse a despertarle. Solo tenían esa tarde para los dos y quería aprovecharla al máximo.

Se acercó a la cama y se sentó en ella. Bill no se despertó, ni siquiera cuando le pasó un dedo por sus  labios, que notó muy calientes a su tacto. Se inclinó sobre él y posó los suyos encima. Empezó a besarle suavemente, acariciándole los labios con la lengua, obligándole a separarlo para introducir su lengua en  su boca.

Sintió que se iba despertando porque su lengua empezó a frotarse contra la suya, primero débilmente y luego con más fuerza, levantando las manos y subiéndolas por su cuello. Andreas sonrió y Bill le imitó. Se separó y se le quedó mirando a los ojos. Los tenía entrecerrados por la fiebre, pero aún así podía ver como brillaban por él.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora