Parte 5 - La cocina

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Aunque Henry y Ceache eran los únicos cocineros, la comida estuvo lista en el tiempo justo en que los ingredientes alcanzaron la cocción suficiente para ser servidos. Ceache se encargó de pelar, cortar y triturar los ingredientes, mientras que Henry, con la camisa arremangada y un delantal, guisó todas las verduras.

La sencillez del platillo añadía un valor especial para Henry, ya que evocaba recuerdos entrañables de su infancia. Tenía la firme convicción de que aquel guiso no solo deleitaría su paladar, sino que también aportaría un poco de paz a su intranquilo corazón. Además, la cuidadosa combinación de ingredientes garantizaba todas las vitaminas y nutrientes esenciales, no solo para las criadas Fidonias y la salamandra como Brínea, sino también para los humanos y drakontos como él.

La imponente olla de aluminio brillante supuso todo un desafío para Henry. Aunque le avergonzaba admitirlo, tuvo que recurrir a Eliza para obtener las medidas exactas y asegurarse de que el guiso no resultara insípido o, peor aún, asqueroso. Sin embargo, Eliza tomó las riendas de la situación, relegando a Henry a un papel de mero espectador y dejándole un regusto amargo, como si no hubiera contribuido en absoluto. Aunque él era consciente de sus limitaciones culinarias, al menos para preparar comida para tantos comensales.

—Soy tan patético —musitó abatido Henry, apoyándose con las manos en la gran mesada de la cocina.

Eliza sorbió un poco del guiso en su pequeño platito y declaró:

—Está muy bien de sal y condimentos, solo le falta un poco al arroz —dijo feliz y colocó el platito sobre la mesada, a la derecha de la estufa donde se encontraba la gran olla.

—Gracias por ayudarme, aunque me siento mal por tenerte trabajando cuando aún no te has recuperado por completo —dijo Henry mientras observaba el cabello amarillento de Eliza.

—No es ningún problema. No hay mayor felicidad para una mujer como yo que cocinarle a sus hijas y a la persona que ama —respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Henry se acercó a la espalda de Eliza cuando esta estaba distraída y la abrazó por detrás, diciendo:

—¿Cómo puedes seguir amándome con todo lo que hice? —apoyando su barbilla sobre su cabeza.

—¿Cómo puedes seguir amándome con todas las mentiras que te dije? —contrarrestó Eliza, agarrando las grandes manos de Henry que descansaban debajo de su pecho.

Permanecieron en silencio sin decir nada durante un par de minutos. El sonido de la olla hirviendo y el murmullo proveniente del comedor eran la única prueba de que el tiempo no se había detenido. Finalmente, una voz desde atrás los sorprendió.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Beatriz al entrar.

Henry se separó avergonzado, como solía hacer cuando alguien más lo veía siendo cariñoso. Sin embargo, Eliza se volteó despacio, como si no le importara que la vieran, y saludó:

—Hola, Beatriz. Ya casi está la comida, ¿podrías ayudarme con los platos? —preguntó mientras retiraba con una pinza una piedra roja de debajo de la gran olla y luego dijo—: Yo voy a ir por el carrito y a guardar la piedra roja.

—Está bien —respondió Beatriz.

Eliza desapareció de la cocina, luego de guardar la piedra en el gabinete flotante, e ingresó al almacén, dejando a Henry y a Beatriz solos. La joven, que hasta hace minutos estaba desnuda, ahora llevaba su vestido de criada como si nada hubiera pasado. Henry no podía dejar de pensar que ella era Elisheba, pero optó por actuar con normalidad.

—¿Quieres que te ayude a servir?

—No te preocupes, puedo yo sola. Después de todo, tus órdenes solo iban dirigidas a las que tuvieran el cabello amarillo, yo lo tengo verde —le respondió mientras se acercaba al enorme gabinete.

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