Capítulo 2 - Las criadas de Henry Frank

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Un mes había pasado desde la llegada del rey demonio, ahora conocido como Eleuteria Valente, a la mansión. Los días transcurrieron sin mayores contratiempos. Brínea, la niña salamandra, se había adaptado perfectamente a su rol de criada. Las primeras semanas, mientras Pipi se encargaba de su instrucción, resultaron un verdadero desafío para todas, pero luego Brínea se adaptó con notable rapidez, demostrando un aprendizaje ágil. Mientras tanto, Eleuteria pasaba mucho tiempo junto a Henry, casi como si fuese su esposa. Compartían momentos en la biblioteca, sumergidos en lecturas y debates, y por las tardes, salían a pasear por el jardín, aunque nunca abandonaban los límites de la mansión.

Beatriz, por su parte, empezó a experimentar celos por la atención excesiva que la diabla recibía, aunque luchaba por mantener esos sentimientos encerrados en su corazón. Era consciente del tiempo que había dedicado en busca de su salvadora, por lo que comprendía que quisiera pasar tiempo con ella. A pesar de ello, la sensación de ser dejada de lado la entristecía profundamente.

Con la ayuda de sus compañeras de habitación, María, Pipi y Brínea, Beatriz finalizó la limpieza del pasillo inferior derecho. Luego, como era su rutina matutina habitual, se encaminó hacia el balcón del ala central, cerca de la escalera de caracol.

Al llegar frente a la puerta, extrajo una llave cuidadosamente guardada en la falda y desbloqueó la entrada. Todas las criadas contaban con una llave que le otorgaba acceso a cualquier balcón de la casa, una medida esencial para criaturas como ellas, seres vegetales que requerían exponerse al sol diariamente, ya que este constituía uno de sus alimentos principales. Esta necesidad justificaba la existencia de tantos balcones en la mansión.

Al cruzar la puerta, entró al balcón adornado con encantadoras macetas repletas de plantas coloridas. El bullicio resonaba claramente desde el otro lado, donde varias de sus hermanas se encontraban inmersas en una animada charla.

—¡Buenos días, hermana Beatriz! —saludó una criada con cabello largo hasta la cintura, recogido en dos coletas adornadas con varias flores amarillas, siendo la primera en notar su presencia.

—Buenos días, hermana Cristina —respondió Beatriz, devolviendo el saludo con amabilidad.

—Mis disculpas por no saludarte antes, hermana Beatriz —se disculpó la joven de cabello corto, adornado con flores violetas, y con una apariencia andrógina.

—Está bien, hermana Amelie —respondió Beatriz con una sonrisa tranquilizadora—. Acabo de llegar, no te preocupes.

El balcón central superior era el punto de conexión entre dos balcones de los pasillos superiores del segundo piso, convirtiéndose así en el lugar favorito de las hermanas para reunirse y charlar mientras disfrutaban del sol.

—Estábamos comentando lo cerca que anda esa diabla del amo —dijo Cristina con desdén en su tono de voz y prosiguió—. Estoy tan celosa, desearía que pasara más tiempo conmigo como solía hacerlo antes.

—Sí, yo también lo extraño. Esos paseos matutinos por el jardín, regando las flores y hablando con Hen... con el amo —corrigió rápidamente, intentando disimular el desliz en su expresión.

Sus dos hermanas menores también habían percibido la situación, pero ella decidió abordarlo y les dijo:

—No deberían ser tan egoístas. Henry la ha buscado durante años, es comprensible que quiera pasar tiempo con su salvadora —repitió esas palabras consoladoras, aunque en su interior sabía que eran parte de su propia ilusión.

—Pero...

—Pero nada. No deberían ser tan desconsideradas. Después de todo, si no fuera por ella, nosotras no estaríamos aquí —interrumpió a Amelie de manera cortante.

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