Parte 5 - La revelación

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Henry yacía desnudo, su cuerpo reposaba de espaldas en la cama junto a Sargonas. Los dedos marcados por los callos, testigos de los trabajos que había realizado para sobrevivir, dibujaban senderos sobre el pecho sin vello del aristócrata. A pesar de que esas caricias le provocaran cosquilleos, no le importaba; su mente se sumía en reflexiones profundas.

—Gracias por aceptar una petición tan egoísta —dijo Sargonas mientras se estiraba en un abrazo, juntando sus pechos desnudos contra el brazo izquierdo de Henry.

Henry permaneció en silencio. No obstante, era consciente de que prolongar ese silencio demasiado tiempo sería contraproducente. A pesar de ello, no podía dejar de reflexionar sobre el hecho de que acababan de mantener relaciones sexuales, algo que nunca esperó experimentar con alguien a quien consideraba su salvador.

—¿Algo te molesta? La cama es un poco estrecha para los dos —dijo con una risa traviesa, observando cómo este permanecía en silencio.

Henry tomó las ásperas manos del rey demonio con su mano derecha y le dijo:

—No es eso... —suspiró, sin apartar la mirada del techo.

—¿Te preocupa lo nuestro? —repreguntó Sargonas con tristeza.

—Tampoco. Yo temo por el futuro.

—¿El futuro?

—Sí. Desde que llegué aquí, siempre tuve a alguien dictándome qué hacer, lo odiaba con todo mi ser. Pero cuando me enfrenté a ti en aquella batalla y me venciste, me liberaste un poco.

—¿Qué quieres decir? —inquirió confundida, deteniendo el movimiento de su mano sobre su pecho.

—Esto es algo que muy pocas personas saben, pero yo no soy de este mundo —dijo después de un momento de pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. En mi vida pasada, fui un humano en una realidad bastante similar a esta. Hace cientos de años, fallecí en un terremoto, aplastado por escombros...

—¿De qué estás hablando? —interrumpió, perpleja ante la inesperada revelación.

—No pertenezco a este mundo. Renací como un drakontos en medio de una guerra. Fui capturado y manipulado para pelear en un conflicto del que no podía escapar. Fíjate en la gargantilla que llevo en el cuello, es un artefacto mágico de control, aún estoy siendo manipulado por el imperio —explicó, llevando sus manos pequeñas y rugosas hacia su cuello.

La gargantilla, negra como el ébano, parecía más un listón metálico, cuya textura a Sargonas le recordaba al acero templado de un cuchillo. Intentó aflojar el listón, pero este permanecía fijo en su lugar.

—Es una marca de mi esclavitud. Si no fuera útil para el imperio, ya me habrían eliminado hace mucho —confesó entre lágrimas—. Al final, siempre fui el esclavo.

La aristócrata se mantuvo en silencio, sin saber cómo reaccionar frente a aquella revelación, observando el rostro del hombre afectado por la angustia. Finalmente, Henry tomó la palabra y, con tono de voz seria, le dijo:

—Tienes razón, es peligroso que te quedes aquí. Yo te traje a una trampa. Te prepararé dinero para que puedas irte mañana, pero necesitas-

Sargonas se impulsó, quedando sobre él. Le agarró la cara con ambas manos y le dio un beso intenso que pareció robarle el aliento. El beso se prolongó por varios segundos hasta que lo soltó, se alejó de su cara y le dijo con determinación, mirándole a los ojos:

—¡No me iré!

Sus ojos oscuros, profundos como la noche, parecían brillar con una intensidad que lo perturbaba. Deseaba apartar la mirada de ella, pero se encontraba atrapado, como hipnotizado por su mirada.

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