El Castillo

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Dentro de ese castillo, hermoso de colores rojos y negros, ya sabes desde hace al menos dos minutos que vive nuestra protagonista. Ella es hermosa (ya la he descrito en el capítulo anterior) y su pasión desde niña era, pues poder volar en dragón, y desde luego que lo consiguió hace más de veinte años que lo consiguió (allí se empiezan a montar dragones desde muy pequeños) y dio el mejor vuelo de su vida.

Ahora misma, Cassandra se encuentra sola, completamente sola, tumbada sobre una gran cama en la tercera planta del castillo a las afueras de Las Tierras Lejanas.

Es de noche y lleva soñando al menos dos horas. Soñando con algo que a ella le hace sentir fuerte, hermosa, algo que hacía ya mucho tiempo que no soñaba.

¿Porqué?

Puede que porque no se lo permitía, no se permitía el hecho de sentirse bien, viva, alegre, y la verdad es que no sabe porque.

No, sí que lo sabe, lo que no quiere es admitirlo.

Hace muchos años hizo una promesa, una que ella misma juró no romper:

"¡Verás lo que puedo llegar a hacer! ¡Verás como acabaré reinando Las Tierras Lejanas!"

Lo juró de verdad: al rey, a su hijo y a ella misma.

Recordaba aquella escena, ahora mismo empezaba a soñar con ella: con la cara del rey cuando la vio marcharse, la pena en el rostro de Pol cuando pronunció las palabras y sobre todo el miedo que sentía, pero no el que sentían Pol o Kiran, el que sentía ella.

No le gustaba recordarlo, no quería recordarlo y aun así allí estaba, tumbada en su cama, una noche de junio, soñando con ello una vez más desde hace dieciocho años.

¿Qué sería ya, la número cien? No, seguro que había más números después del cien.

Entonces ocurrió algo que si fue totalmente inventado por ella: la sala ardió en llamas, ella ardió en llamas, Pol ardió en llamas y ella se veía gritando su nombre entre el humo y las llamas.

Entonces despertó de un salto incorporándose sobre su cama.

¿Porqué?

¿Cómo?

No podía pensar más en ello, no podía dar la vuelta a sus sueños solo para transmitirse sus sentimientos.

Su cabeza daba vueltas, pero su corazón no respondía a nada.

Hacía ya mucho tiempo que no respondía a nada, o eso pensaba ella.

Se apagó ese mismo día.

"Pero bueno" - Pensó. – "El corazón solo sirve para destruirte:" – Ese era su pensamiento muy habitual. – "Es hora de bajar abajo". – No era normal que ella durmiese mucho, así que a esas horas (supongo que las cuatro de la mañana) bajó las escaleras hasta la primera planta.

Allí estaba su mejor amiga, o una de sus mejores amigas aún que solamente tenía dos.

Ventisa, con su pelo por la espalda moreno pero con unas mechas moradas y ojos marrones, la esperaba al final de la escalera.

Se conocieron a los siete años y desde entonces ambas juraron protegerse.

- ¿Qué tal? -Le preguntó ella, que no había dormido nada desde la noche pasada.

- Yo bien, tu no creo. -Dijo mirando sus ojos. No parecía que fuera a aguantar mucho en pie. Cassandra siempre ha pensado que trabaja demasiado y varias veces se lo había dicho pero, ella siempre le decía que no le preocupaba ella.

- Subiré a dormir, no te preocupes. -Pensó durante un momento y dos segundos después preguntó lo que siempre preguntaba cuando veía a Cassandra con el pelo así de despeinado. -¿Has soñado otra vez?

CassandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora