CAPÍTULO 4: Las grullas de Ryu Himari

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Himari se encontraba en el aeropuerto de Seúl, ligeramente ansiosa por su viaje a Busan. Con su pase de abordar en mano, recorrió la bulliciosa sala de embarque en busca de su puerta. Sin embargo, conforme se disponía a abordar, la tensión interna que experimentaba se intensificaba, convenciéndola cada vez más de la aparente locura de su decisión.

Viajar sola a Busan de manera tan repentina y abrupta parecía insensato, pero era una necesidad imperiosa. Sentía que debía hacer algo, de lo contrario, perdería la razón.

Una vez en el avión, desde la ventanilla, contempló el vasto paisaje del país desplegándose ante ella: bosques, montañas, ciudades y ríos se extendían bajo las alas del avión. Himari acompañada de sus pensamientos, se sumergió en la experiencia visual, sintiendo que cada minuto la acercaba más a su destino y fortaleciendo su convicción de que todo estaría bien.

Tras un tranquilo aterrizaje y un desembarque sin contratiempos, Himari se apresuró en su camino y se concentró en no reconectar con Busan. No quería revivir ningún sentimiento con la ciudad, se venía únicamente a visitar a sus padres.  

Al llegar al cementerio, experimentó la típica quietud y paz que caracterizan estos lugares. Avanzaba entre los susurros del viento y el murmullo de las hojas, veía cómo los rayos del sol acariciaban las lápidas y cómo las ramas de los árboles proyectaban sombras melancólicas.

Se movía con cautela y delicadeza, pidiendo perdón internamente a todas las almas que interrumpía con su presencia. Era algo tonto, pero tenía esa costumbre desde que era niña.  

Pudo entonces distinguir la tumba de sus padres y avanzó sosteniendo con fuerza un ramo de flores frescas. Al llegar, dio reverencia y se arrodilló, depositando las flores en la suave tierra que cubría la morada de sus seres queridos.

  —Plantaría las flores, pero saben que la jardinería no es lo mío. Los jardineros que contraté mantienen todo bien cuidado —sonrió viendo el pasto—, aunque bueno, eso no es lo importante. Vengo aquí porque tengo muchas cosas que decirles.

 Observo con detalle las inscripciones de la lápida con la sensación de que sus padres la escuchaban. 

 —Escuchen con atención. 

Tomó una pausa antes de continuar, abrió su bolso y sacó un puñado de grullas de papel aplastadas, las colocó sobre el pasto y alrededor de la lápida.

—Las hice durante el vuelo. Son solo apenas cinco, fue muy complicado hacerlas en esa mesita pequeña de la silla del avión. Pero eso no interesa, lo importante es que representa algo. 

Himari se acomodó con mucha confianza, pretendiendo que el suelo fuera una alfombra de su casa. 

—Recordé que un día, los maestros de mi secundaria me contaron sobre la tradición de las mil grullas en Japón. Solo es una vieja leyenda... que dice: los dioses le concederán un deseo a la persona que pliegue mil grullas de papel. Al principio suena algo aburrido...

—Pero, sin lugar a dudas, lo que hizo explotar su popularidad, fue gracias a una niña llamada Sadako, quien fue víctima del bombardeo a Hiroshima, en la segunda guerra mundial. A Sadako le diagnosticaron leucemia, como consecuencia de su exposición a tantísimos niveles de radiación.

Alzo la vista al cielo y detallo el movimiento rápido de las nubes.

—Sadako empezó a doblar las mil grullas con la esperanza de que, al llegar a la meta, los dioses la curarían de la enfermedad. Sin embargo, murió sin terminar. Su hermano dijo que Sadako al doblar cada grulla, se distraía de su dolorosa lucha y reflejaba en cada una mar de emociones. Al morir, sus compañeros y conocidos terminaron las grullas faltantes y desearon que en el mundo allá paz. Es triste...

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⏰ Última actualización: Feb 16 ⏰

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