𝟚𝟚.

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Luna llegó a su casa horas más tarde, completamente relajada producto de lo que le habían inyectado. Desconocía lo que era, ya que había tomado alcohol, pero si los médicos se lo habían dado es porque estaba bien. Exequiel se quedó a su lado, aprovechando la situación.

Ella se recostó en su cama, tranquila, y Changuito se puso a su lado, sin tocarla, tampoco quería invadir su espacio personal. 

— ¿Querés que duerma en el sillón? —preguntó él, un poco inseguro.

Luna también lo había lastimado a él, al decirle que no lo quería más. Había lastimado a dos personas que quería ese día, pero no podía pensar en eso, su cabeza estaba en otro lado, lejos, era un zombie. 

— No, está bien —contestó, arrastrando un poco las palabras. 

Changuito se quedó a su lado mientras ella dormitaba, suspirando cada tanto. Intentaba buscar aire, algo en su interior le decía que no había suficiente oxígeno en el mundo, pero luego las drogas hacían su efecto y se relajaba. 

Cerró los ojos, ignorando todo lo que pasaba a su alrededor. Por costumbre o por necesidad, se dio la vuelta y se acercó a Exequiel, pasando su brazo por encima de él, apoyando su rostro en su pecho.

Él se quedó quieto, no quería que Luna pensara que no quería que lo abrazara. Ella lo necesitaba, necesitaba de su compañía y comprensión. Luna necesitaba piedad. 

La mañana siguiente Changuito se fue sin decir nada, también por costumbre. Las drogas se habían ido del cuerpo de Luna y por su mente resonaban las palabras de Nico. Se sintió terriblemente mal, pero no podía hacer nada.

Miro la pantalla de su celular, con la esperanza de que él le hubiera mandado algún mensaje, pero no había nada. Realmente había querido decir lo que dijo. 

Se quedó en su cama, recostada, abrazando sus rodillas, así calmaba un poco el dolor de su corazón.

Su padre estaba enojado, apenas se había enterado de la situación de su hija, y luego de que el Changuito le explicara lo que había pasado, corrió a ayudarla. Llegó a su casa, se instaló en el sillón y se quedó ahí, esperando que Luna se levantara en algún momento.

Cuando se dio cuenta de que ella no iba a moverse, se dispuso a prepararle un té, ya que le habían indicado que no tomara café, que podría empeorar su ansiedad. 

— Hija, tenés que comer algo —dijo él, preocupado.

Luna sacudió la cabeza, no tenía hambre. Simplemente se sentó en la cama y bebió de a sorbitos el té. Eso calmo un poco todo lo que sentía en su interior, aunque odiaba tomar tilo.

Los días fueron pasando y Luna no podía regresar a la cafetería. Se sentía inútil, apenas sentía que podía moverse, su cuerpo era pesado y le dolía el pecho constantemente, al punto de que tuvo que volver a urgencias por el dolor.

En el hospital le indicaron estudios, pero más que nada le dijeron que era ansiedad y estrés. Le recetaron gotas de clonazepam y descanso, mucho descanso, que ella aprovechó al máximo.

Su padre se encargó de la cafetería y la visitaba todos los días, hasta que cansado de la situación, decidió llamar a su ex pareja, a la madre de Luna, Laura. 

— No sé qué hacer Lau, apenas come, duerme todo el día, está muy mal —dijo él a través de una llamada, dando vueltas por su casa— ¿Qué hacemos?

La madre de Luna conocía muy bien el dolor que su hija sentía, ya habían pasado por esa situación repetidas veces.

— Tráela al campo y yo voy para su casa, ella necesita estar sola, descansar, necesita digerir su dolor para que pueda seguir con su vida —dijo Laura, tranquila.

𝒰𝓃𝒶 𝒷𝒶𝓁𝒶 | ɴɪᴄᴏ ꜰɪɢᴀʟ | 𝙲𝙰𝙱𝙹 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora