Capítulo 2: Pecas

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4 meses antes de la catástrofe

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4 meses antes de la catástrofe

Últimamente todo se me venía encima. Aún más.

Los cambios hormonales son una maldición cuando tienes diecisiete años, y no todos podemos mantener el control de nuestra vida en esos momentos.

Acababa de tener una de las peores discusiones con mi madre por algo que apenas recuerdo, y necesitaba fugarme de casa durante un rato para olvidar toda esa aflicción que permanecía pegada en las paredes. Curiosamente, ese día me enteré de que una discoteca de los alrededores iba a dar una sesión con música electrónica, y no pude evitar ir a echar un vistazo. Nunca había pisado una antes, y por supuesto iba a ir sola.

Me puse un vestido turquesa que me rozaba las rodillas, me maquillé tratando de ocultar un poco mi exceso de pecas y fui andado a ese lugar. Ya desde lejos podía sentir los latidos de mi corazón sincronizándose con la percusión de la música, y los nervios empezaron a molestarme; pero los ignoré y seguí adelante.

Cuando accedí por la entrada iluminada, todos mis sentidos se volvieron locos... El espectáculo de luces tapándome la visión, la música pateándome los tímpanos, y mucha gente. Demasiada gente. Al principio pensé en bailar en la pista y olvidarme de todo, pero no lo vi claro. Escogí la opción introvertida de sentarme al lado de la barra y alejarme.

—Una botella de agua, por favor —dije tímida al mesero.

Me la trajo y bebí como si volviera del desierto, realmente todo ese ambiente me había deshidratado. Me quedé sentada viendo el horizonte de la barra hasta que, al cabo de unos segundos, sentí una presencia observándome.

—¿Solo vas a beber eso? —me dijo una voz desconocida.

Me giré confusa al oír esas palabras. ¿Me lo había preguntado a mí? A mi lado estaba sentado un chico, parecía de mi misma edad. Tenía el pelo ligado con una pequeña coleta castaña y una piel considerablemente pálida. Sus ojos eran rasgados, pero no parecía asiático.

—Eh... Sí —murmuré, viéndolo de reojo.

El chico me dedicó una mirada de confusión.

—Disculpe, perdona. Se lo pregunté a otra persona.

Miré al lado opuesto y me encogí de hombros. No hacía ni diez minutos que estaba ahí dentro y ya había quedado en ridículo, mi voz interior empezó a regañarme y solo tenía ganas de volver a casa y disculparme con mi madre.

Pero de repente, ese chico empezó a reír.

—Oye... ¡Que era broma! —entrelazó las palabras con la risa—. Sí que te lo preguntaba a ti.

¿Me había leído la mente o algo así? Tampoco entendía por qué me hablaba con tanta confianza, ¿No era solo un desconocido?

—Perdona, no quería incomodarte —prosiguió, más relajado—. Es que he venido solo y pensaba hablar con alguien, pero no pregunté si tú querías. Fui muy maleducado.

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