Capítulo 7: Sophie

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Capítulo no apto para mentes sensibles

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Capítulo no apto para mentes sensibles.

4 días antes

Eran las cinco de la madrugada cuando empecé a oír un ruido escalofriante proveniente de la clase de al lado. De la clase de religión, para ser exactos. Fácilmente podría haber sido solo mi imaginación, o una parálisis del sueño, pero no paraba de oírlo. Y era molesto, muy molesto. Por no añadir aterrador.

Escuchaba claramente el sonido de una chica murmurando palabras aleatorias, la mayoría expresando su sufrimiento y el anhelo de querer redimirse para acabar de una vez con toda la miseria que estaba pasando. Podía pasarse toda la noche hablando consigo misma o con algún ser celestial al que le tuviera confianza, haciendo que mis noches se convirtieran en una pesadilla peor a la que ya vivía a diario.

Pero no fue hasta ese día qué, mientras conseguía agarrar el sueño, escuché un gran estruendo que hizo temblar la mesa donde estaba tumbada. Al parecer fui la única en escucharlo, porque cuando me levanté de golpe por el susto mis compañeros seguían profundamente dormidos. 

Tenía miedo, mucho miedo, pero tenía que mentalizarme de que debía asegurarme de que todo estuviera bien. Me levanté, salí del aula y con el corazón a punto de sobrepasarme la piel caminé dos metros hasta la puerta de al lado, abriéndola ahora con el triple de inquietud.

Abrí la luz al mismo momento, y lo que vi me hizo estallar.

—¡Sophie! —grité al ver todo el panorama que tenía montado en esa clase, formado por tres mesas tumbadas, la pizarra llena de escritos violentos y ella en el suelo con una cruz en la mano— ¿¡Estás bien!? ¡Responde!

No respondía.

 Cuando me fijé en su cuerpo mis ojos fueron directos a su brazo izquierdo, me estremecí al verlo lleno de cortadas sangrientas parecidas a un código de barras hechas con un cúter que permanecía cerca de ella. Empecé a moverla de un lado a otro repetidamente para devolverle su conciencia, y luego de estar así durante un rato, ella despertó.

—¿Audrey...? —murmuró con los ojos cegados por la luz.

—Ay Dios mío, estás despierta... —suspiré de la satisfacción, presionando mi mano contra el pecho—. No hay tiempo que perder, no sé qué has hecho con tu brazo pero estás perdiendo mucha sangre. Voy a buscar algo con lo que detener la sangre de los cortes.

Pero antes de que pudiera levantarme, extendió el brazo bueno y me agarró por la sudadera.

—No vayas —me pidió desprevenida.

—Sophie, tengo que ir a buscar algo... Debo curar tus heridas.

—No quiero curarme.

Me levanté de todas formas y quedé en estado de preocupación.

—Si pierdes más sangre te volverás a desmayar —insistí —. Hazme caso, por favor.

—No quiero —negó con la cabeza.

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