Mis huesos no se movían, a pesar de que tampoco era muy conveniente que lo hicieran.
O sí, la verdad, no tenía ni idea. Nadie la tenía.
En ese momento solo podíamos permanecer quietos y esperar el siguiente movimiento del zombie para ponernos en acción. Y cuando digo ponernos en acción, significa correr por nuestras vidas. Pero en ese instante no, ya que lo que alguna vez fue nuestra amargada profesora, Grace Haydeen, seguía delante de nosotros mostrando un aspecto totalmente inhumano. Siempre me ha gustado la piel pálida, pero... Eso era excesivo.
Seguro que todos pensamos que no duraría más de unos segundos hasta atacarnos como los otros de su especie, pero parecía intentar reprimir sus nuevos y caníbales instintos. El virus aún no había terminado con ella, y lo supimos cuando dijo:
—Alumnos —susurró agitadamente, escupiendo una buena bocanada de sangre y temblando hasta más no poder—. Corred. Esconderos. No duraré mucho tiempo.
Pero no podíamos hacerlo. No cuando el miedo y la impresión había instalado una jaula invisible alrededor de nosotros, impidiéndonos ni siquiera respirar. Lo único que el terror me permitió hacer era agarrar lentamente la mano de Zayne, y él también lo necesitaba, porque al notar el contacto me apretó la mano a voluntad. Todos nos miramos entre nosotros tratando de comunicarnos a través de la mirada; para saber cuál sería nuestro próximo movimiento...
La profesora se estremecía de dolor mientras sus células luchaban cuerpo a cuerpo para derrotar a las intrusas, pero estas eran más fuertes, más malvadas, más mortíferas. Ya no había nada por hacer. La profesora se rindió, se tiró al suelo escupiendo otra bocanada de sangre y gritó con su último aliento:
—¡QUÉ CORRÁIS, YA!
Ese grito rompió nuestra jaula del shock y nos hizo correr unos metros lejos de ella, junto a las mesas de la puerta. Estaba claro que todos estábamos tan asustados que no sabíamos el horrible fallo que habíamos hecho al ponernos justo allí. Habíamos cavado nuestras propias tumbas.
El zombie gritó como un águila furiosa y fue corriendo hasta nosotros con una velocidad plácida pero robusta, posteriormente chocó contra las mesas con tal fuerza que, por el impacto, hizo estallar la puerta en mil pedazos cristalinos.
Ahora sí que teníamos fecha de caducidad. Nuestro muro protector se había destruido, y los zombies tenían vía libre para entrar. Las mesas ya no eran de utilidad, los primeros zombies que se acercaron las apartaron como si fueran plantas de la selva. Aún con mi mano pegada a la de Zayne todos corrimos escaleras arriba, los zombies eran muy fuertes no obstante no muy rápidos, eso era una ventaja.
Llegamos a nuestro pasillo y cerramos la puerta roja de este cesando el paso a las criaturas, Jaime y George la sujetaron con fuerza cuando los cadáveres llegaron y empezaron a empujarla.
—¡Eh! ¡Necesitamos ayuda! —nos gritó Jaime viendo como un puñado de zombies intentaba abrir la puerta.
Fuimos corriendo a ayudarlos y la presionamos con todas nuestras fuerzas, pero no podríamos durar así durante mucho tiempo. Tenía razón, los zombies eran demasiado fuertes.
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Instituto para siempre ©
General Fiction¿Sabes cuando parece que el destino se haya puesto de acuerdo en fastidiártelo todo? Y cuando digo todo, me refiero a toda tu maldita juventud. A mí me pasó, si ya antes todo me abrumaba y mostraba inseguridad, mi mejor y única amiga se robó a mi a...