capítulo 5: falta de aire

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JADE

Alemania, 1873

Corría tan rápido como mis piernas me lo permitían. Estaba dolorida, descalza y con apenas una camisa cubriendo mi cuerpo.

Había dejado que Evan escapara primero, tenía que asegurarme que no lo encontrarían.

La sangré en mis tobillos empezaba a arderme por la nieve. Mezclada con tierra y agua, hacia que se me dificultará concentrarme en otra cosa que no fuera ese ardor.

Mi lobo estaba sufriendo, la cantidad de acónito que había en mi cuerpo estaba empezando a pasarme factura y me ardía el pecho.

No podía respirar.

Me dije a mi misma que esto era mi culpa: si hubiésemos seguido escapando en lugar de aceptar una ayuda, entonces mi cuerpo no estaría al borde de la muerte y sabría donde está Evan.

Había una mujer, una bruja, que se dio cuenta que nosotros no éramos como los otros niños.

Eramos especiales. Diferentes entre tantos otros.

Estabamos afuera de una tienda, comprando algo para matar el hambre y quedándonos allí porque era el único lugar donde no te echaban por estar durmiendo.

Entonces una mujer se nos acercó, dijo que ella también había pasado por algo similar en su adolescencia y nos dio una botella de agua. Pensé que tal vez era la empatía, una habilidad que pocos tenían y que tuvimos suerte de que alguien la tuviera con nosotros.

Era atractiva, una mujer de treinta y tantos que podría ser madre y los amigos de su hija pensarían que es su hermana.

Nos ofreció llevarnos a donde sea que estuviéramos yendo, ella escapó de su casa cuando tenía quinceaños y sabia lo que era no saber donde caer muerto.

Tontamente le creí, ella nos llevaría hasta la estación de trenes y nosotros emprenderiamos camino a cualquier lugar lejos del pueblo en el que estábamos.

Era Alemania, julio de 1873, en un pueblo llamado Wurzburgo y donde nos quedamos alrededor de 3 años antes de que tener que escapar.

Allí fue la primera vez que perdí a Evan.

Creí que podía confiar en ella, ciegamente deje que nos llevara y cuándo tomó un desvío diciendo que podíamos quedarnos en su hogar hasta la mañana siguiente que salieran los trenes, debí darme cuenta que eso no terminaría bien.

Lo cierto es que no estábamos preparados para el mundo, nadie nos había enseñado lo peligroso que era subirse al carruaje de un desconocido y nuestros instintos de supervivencia eran casi inexistentes. Quien podía culparnos, teníamos solo 12 años y sabíamos poco y nada de la vida. No dudabamos de quien nos ofrecía ayuda, por lo general nosotros nos acercábamos a ese tipo de personas de manera autónoma.

Ella no hablaba castellano y nosotros hablamos muy poco alemán, pero nos comunicamos en un Inglés burdo y ceceo típico de extranjeros y así pudimos seguir adelante.

Yo podía sentir algo más en ella a pesar de que dijo que era completamente ordinaria, tuve que aprender por las malas lo que hacía que destacara.

Ya en su hogar, Evan cayó dormido sobre un sofá, el lugar más cómodo en el que durmió en semanas. Yo, sin embargo, nunca podía conciliar el sueño.

Me pasaba desde hace años, tenia la misma sensación de malestar al cerrar los ojos, y se confirmaba cuando lograba dormir y volvía a soñar con la misma pesadilla que llevaba años teniendo. Un sueño vívido de una masacre que no me dejaba en paz ni en mis mejores noches.

Crónicas de la magia: El reino de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora