nudo (12)

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LEILA

No tenía que madrugar para ir al instituto, pero extrañaría todo. Abrí los ojos y lo primero que estaba en mi objetivo era el diploma de recién graduada. Enseguida estiré mis brazos hacia arriba, me incorporé. Luego  miré hacia el baño.
En el comedor no había nadie, lo comprobé enseguida. Estaba claro que papá se había levantado muy temprano. Me dirigí a la cocina, aún seguía con el pijama puesto y con la idea de regresar a la cama. Pero iba a tomarme un vaso de leche para calmar esa sed. Abrí el refrigerador pero el timbre sonó.

Fui enseguida a mirar quién tocaba la puerta de casa, no podría ser mi madre porque ella tenía llaves, menos el cartero porque era domingo. A continuación, avancé con calma hasta llegar a la puerta.

¿Qué leches hacía mi amiga por aquí?

 
En cuanto abrí la puerta, ella no tardó en pasar e ir hasta la entrada. Cerré la puerta al instante y la observé, estaba inquieta.

—Necesitaba hablar con alguien, y pensé en ti —dijo Leti.

—¿No podías haberme enviado un mensaje antes de venir?

—Tienes razón, pero ya sabes cómo soy.

Sí, lo sabía. Leti no solía pensar las cosas, todo lo hacía por impulso.

—Te escucho.

Por su culpa no iba a desayunar aún.

—Amiga, me interesa un chico, pero…

—¿Qué ocurre?

—Él no quiere nada conmigo.

—¿Quién es?

—Jaime.

No me sorprendía en absoluto.

—Él se lo pierde; además, puedes conocer a alguien más.

—Es que me gustaba.

—Has dicho que te gustaba, ¿acaso ya no?

—Como antes pues no, pero le echo de menos.

—Es normal.

—He pensado hacer una pijamada en casa, ¿te gustaría venir? Lo pasaremos bien.

Enseguida me cambió de tema, y tampoco me sorprendió, tenía esa facilidad. Sin embargo esa propuesta de último minuto no me gustó demasiado.

 ¿Solo nosotras?

—No, también invitaría a Miriam.

Saber que podría estar Mimi me venía mejor, porque pasar una noche con Leti a solas sería un problema. Es decir, me hubiera hartado porque se quejaba a menudo y también porque roncaba. Pero sería extraño que nuestra amiga aceptase, ya que sabíamos que tenía que estar pendiente de su madre.

—Listo.

No me había dado cuenta de que había estado enviando mensajes en su móvil, y es que preferí sentarme en el sofá del salón y cerrar los ojos. Aún seguía con sueño.

—¿Estás sola?

 Qué pregunta más tonta.

—Mi padre está en el bar.

No quiso preguntar más porque ya sabía cómo era mi situación.

—Hasta la noche.

La vi salir por la puerta.

 
Aproveché para sacar del armario la ropa de invierno. Tras guardarla en una caja, miré la poca ropa de verano que tenía. Necesitaba, al menos, dos camisetas de mangas cortas y también un pantalón.
Sacudí la hucha y comprobé que no quedaba suficiente dinero. Me daba apuro pedirle algo más a papá. Debía conseguirlo por mis propios medios.

No soy lo qué tú creesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora