nudo (16)

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Inicié mi andadura por ese camino angosto. Me resultaba difícil no caer desfallecida por el cansancio extremo que sentía a causa de llevar varias noches sin dormir y de la caminata. Además, el calor no daba tregua. Por suerte, di pronto con una gasolinera.


Me dirigí hacia allí, lo primero que hice fue introducirme en el baño de mujeres. Me refresqué con el agua. No podía entretenerme, tenía que salir y pedir ayuda. Debía encontrar a alguien que me prestase su móvil para realizar una llamada. Lo menos que esperaba era coincidir con él. ¡Qué día!


Él conversaba con un trabajador de la gasolinera, no me vio porque estaba escondida donde limpiaban los vehículos. En esas, un chico llegó con su motocicleta.


-Princesa, ¿quieres un aventón? -Acto seguido, silbó.


«¡Me han descubierto, maldita sea!». Víctor se alejó del hombre con el que hablaba para acercarse hacia donde yo me hallaba, que seguía incómoda con el joven. Pero, como parecía una estatua, se acabó yendo.


-Tú te lo pierdes.


En ese momento, Víctor me descubrió.


-¿Qué haces aquí?


-Estaba de paseo y me pasé por aquí por gusto.


-Deja el sarcasmo y dime la verdad.


Le conté todo, ningún detalle se perdió. Le pareció increíble que me atreviera a llegar hasta allí con los peligros que existían.


-Te expusiste.


-Peor hubiera sido que nos hubiésemos quedado allí durante el día, incluso pasar la noche, en medio de la nada.


-Está bien.


Estuve vigilando sus gestos y movimientos por un instante. Sé que sacó su móvil, pero no quise fijarme mucho en todo lo que hacía. Me imaginaba que marcó algún número. Tras coger la llamada, escuché cómo le daba instrucciones a un hombre. Por último, sujetó mi brazo y me dijo:


-Te vienes conmigo.


-No tengo elección. Suéltame. Pero tengo sed, ¿me dejas ir a la tienda?


-No es necesario, tengo de todo en mi auto.


-Ok.


Resultó ser una caja de sorpresas. Observé cómo sacaba una botella de la guantera del copiloto. Me la lanzó y no tuve más opción que cogerla al vuelo.


-Gracias.


-No me las des, lo haría por cualquier ser humano que esté en tu misma circunstancia. -Me guiñó un ojo.


«¡Dios, esto no puede estar sucediendo!», pensé.


Me fijé en que estaba concentrado en la conducción, pero de vez en cuando se volteaba preocupado para mirarme. Aparté la mirada en más de una ocasión, no necesitaba ver sus ojos azules. Ya de por sí me sentía en efervescencia estando tan cerca. Al llegar donde le indiqué, bajé del coche y fui en busca de Mimi. Ella se sorprendió al ver con quién había llegado.


Allí ya se encontraban los de la grúa. Dos hombres revisaban el vehículo y, al parecer, se lo tenían que llevar. No me lo podía creer.


-Estaba preocupada.


-Estoy sana y salva.


Miré hacia él. Suspiré, no sabía si la divina providencia estaba de mi parte.


-Ellos ya se encargan de todo.


-¿Y el equipaje?


-Boba, seguirá ahí.


-Chicas, me debéis una.


Me quedé muda, como si él quisiera que...


-Este busca su recompensa -siseó Mimi.


-¿Cuál recompensa? -Tenía que rebatir.


Mimi se encogió de hombros. Ella solía intuir quién llegaba con oscuras intenciones.


-¿Y qué pides?


-Una cita.


«Uy, a este se le ve venir».


-Os invito a comer. Mañana, si no tenéis planes.


-Estoy lista.


Mimi hizo un gesto que supe interpretar.


-Muy bien.


Mi amiga apuntó en un papel el lugar y la hora. De esa forma, Víctor entendió que no llevábamos móvil. Él abandonó el lugar mientras nosotras buscamos un taxi para llegar a mi vivienda. Habría sido demasiado si nos hubiéramos ido con él. Lo intentó, pero me negué.



Llegó el día, necesitaba coger fuerzas para enfrentarme a Domingo y Asunción. Era un viernes, había estado en la tienda hacía una hora. Ya llevaba una semana trabajando allí. Ese día, precisamente, le pedí el favor a Susi de que me dejara salir antes.


-Papá, me marcho.


Domingo me miró, se sentía perplejo.


-¿Y a dónde si se puede saber?


-A vivir sola.


-No digas tonterías, esta es tu casa.


-No quiero quedarme si tengo que oír reproches. Y no lo niegues, no os toleráis, os evitáis en algunas ocasiones y en otras parecéis gallos de pelea.


-¿Niña, qué clase de cosas dices?


-Es cierto, aunque suene feo.


-Por fin me dices lo que piensas, pero no deja de doler. Hija, ¿acaso te faltó de comer?


-Lo más importante no me lo habéis proporcionado. Seguís apareciendo delante de los demás como si nada. Aparentáis que somos la familia feliz.


-¿Qué necesitas? ¿Acaso no basta con lo que recibes?


-No, quiero ser feliz. Y aquí lo paso mal. Hubiera preferido ser pobre que una niña recibiendo de todo menos amor.


-Eres una malagradecida. -Apareció mi madre que, al parecer, estuvo escuchando la conversación.


Reí, ni siquiera quería entender.


-No, lo único que podría agradecer es que me dieras a luz. Ese fue tu mejor regalo. Podría haber sido feliz, pero decidiste que el odio y los celos tomaran más fuerza después de saber que papá te engañara con otras mujeres. Te olvidaste de mí.


-Piensa mejor lo que estás haciendo.


-No. Está decidido.


-Déjala irse, ya volverá rogando.


-Ni siquiera estáis de acuerdo en esto.


Reí, pero esa vez con desgana.


-Eres como tu abuela. Vete, traidora.


-Tu mejor defensa siempre será el ataque. Gracias, mamá.


Quizás fui dura, incluso puede que hablara demasiado. Pero lo tenía todo atorado desde hacía tiempo.


-Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo. -Mi padre me detuvo antes de que saliera por la puerta.


-Tranquilo, búscame cuando dejes de vivir de cara a la galería. Es decir, continuar al lado de mamá por comodidad. Eh, no quiero dinero.


-De acuerdo, ¿aceptarías que te invite a tomar café helado alguna vez?


-Te repito: no quiero churros con chocolate ni café, necesito a un padre que tenga los pantalones bien puestos. ¿Eres capaz de saber perder cosas y recuperar lo más importante?


-No sé.


-Entonces no me volverás a ver desde hoy, recuérdalo. Adiós, papá.


Se quedó pensativo, quizás no esperaba eso.




No soy lo qué tú creesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora