Greta | Capítulo cinco

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La chica de la que yacía enamorada murió apuñadala por su propio hermano.

Era algo devastador en lo que pensar, una tragedia incómoda que no dejaba espacio para otras cosas en mi mente. Me encontraba en un espacio similar al de un fantasma que rondaba una vieja casa. 

Aunque, en este caso, en lugar de la casa eran los pasillos del colegio, y en vez de fantasma era yo cargando con el peso de lo incomprensible.

—Se lo merecía —logré escuchar por ahí—, me enteré que le gustaban las mujeres.

También:

—La oí en el baño besándose con una chica antes de morir.

O el típico:

—Su hermano no hizo nada malo.

Sólo quería caerme al suelo y gritar.

—Greta, hija, ¿estás bien?

Levanté la vista de mi cena, parpadeando la niebla de recuerdos. Caía la tarde y mi madre se hallaba sentada frente a mí, sus ojos preocupados.

Por arriba, el foco alumbraba el comedor con su fría luz. Se podía ver las manchas de la alfombra, repletas de nicotina provenientes del cigarro. A mí lado, la pared descarapelándose.

—Deberías dejar de fumar —dije.

Mi madre se sonrojó.

—No sé a qué te refieres.

—Se está volviendo un problema.

—Yo sé lo que hago. Fumar es todo menos un problema.

La comida se estaba enfriando, continúe comiendo.

—Entonces para.

Mi madre abrió los ojos.

—¿Parar?

Asentí.

—Si no es un problema, no será difícil dejar de fumar.

La escuché bufar. Observé la manera en que apretaba el tenedor en sus manos, de como mordía su labio. No me regresaba la mirada.

—Vas a empezar con tus cosas, Greta. Basta.

Mi madre dio la conversación por terminada. Seguimos comiendo, en silencio.

Después, mi mamá fue a la sala. Se acomodó en el sillón, prendió la televisión, encendió un cigarro. Y yo permanecí en la entrada cual tronco de un árbol. En la casa no había ninguna otra luz a parte de la que venía del programa que veía.

—Me voy a mi cuarto —dije.

No me miró cuando respondió:

—¿No te vas a quedar a ver la tele conmigo?

—Tengo sueño —negué.

Una pausa, luego ella:

—Buenas noches.

No contesté.

Cuando dieron las siete, ya me encontraba arriba de mi cama, celular en mano. Su nombre en mis labios, en mi pulso, en mi mente:

Kavya.

A flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora