Rīa | Capítulo diez

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La ira era todo lo que yo era en estos días. Era lo único que me mantenía con vida. Mi teoría es que yo era realmente un perro que se vio en la necesidad de mostrar los dientes. Mi madre no lo entendía. Me veía enterrada en mi habitación y le parecía que exageraba. La escuché hablar con mi padre sobre lo mucho que le gustaría que sonriera como antes.

—Es parte de la vida —insistió—. Es parte de crecer.

Todo lo que hice fue gritarle a mi almohada. Porque yo no pedí ser esto. Yo, criatura inevitable. Me había vuelto cruel sin querer, no solo con los demás, sino también conmigo misma.

—Mamá, mamá, mamá —dije, como un rezo. No hubo respuesta.

Parpadeé y me encontré en el baño. Llorar resultaba humillante. Me sentía bastante joven como para querer desaparecer. Empecé a vomitar. Seguí llorando. Parecía que moría.

Un día, después del colegio, Greta me encontró caminando de vuelta a casa. Lucía su típico cabello castaño alborotado, su sonrisa torcida, sus ojos muy abiertos. Habló:

—¿Qué haces?

La miré mal y apresuré el paso. Ella me siguió.

—¡Oye, espera!

—¡Déjame! —dije.

—¡Pero te ves triste!

Logró alcanzarme en el borde de una calle, con ambos lados de la misma cubiertos de hierba seca. El viento frío hacía que mis manos temblaran y me picaba la piel. Temía que el mundo me ahogara. Greta tiró de mi brazo y me obligó a mirarla. Yo sudaba, ella se ruborizaba, ambas respirábamos con dificultad. Quería empujarla y salir corriendo.

—No te tengo lástima —pausó, tomando aire. Al ver mi cara de confusión, agregó—. En el baño, ¿no recuerdas? Y, bueno, eso. No te tengo lástima. Yo, es decir, estoy igual. Estamos igual, ¿no ves?

Había desesperación en su voz, como si rezara para que le respondiera, haciéndome quedar como un dios que diera una señal. Esperaba que dijera mi nombre, de la misma forma en que yo llamaba a mi madre por las noches cuando me sentía sola, pero lo pensé mejor. La obligué a soltarme el brazo y observé cómo su mirada caía.

—No diré a nadie de tus lágrimas —susurró, ya cuando el silencio se volvió violento. Subió el rostro con determinación. Sostuvo el collar de su camisa escolar y lo apartó para mostrarme su cuello—, si tú haces lo mismo con mi piel.

Y allí estaba: bajo la luz del atardecer, en medio del borde de todo o en un lugar donde nadie podía vernos, no exactamente, Greta dejó ver una parte de ella. 

A flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora