Rīa | Capítulo ocho

17 3 0
                                    

En sus ojos se percibía expectación, de pie, en aparente hileras. Yo ocupaba el centro de su interés, empuñando un trozo de papel con garabatos hechos con pluma por mi mano temblorosa. 

Era la primera vez desde la muerte de Kavya que me presentaba a los anuncios de la mañana, y la primera vez que lo hacía sola. 

Mi voz resonó extraña incluso para mis oídos, chillante y apresurada, como si tuviera poco aire y necesitara escupirlo hacia el micrófono antes de asfixiarme. También, el interior de mi cuerpo se sentía lleno de agua fría, olas atrapadas en las paredes de mi estómago. Tenía ganas de vomitar.

Oía susurrar a la gente, pero no era capaz de escuchar sus palabras, demasiado absorta por el mundo que se oscurecía en los márgenes de mis ojos. No podía seguir sosteniendo esta incomodidad.

Dejé de hablar, tiré el papel al suelo y bajé corriendo del escenario. Mis pies tenían vida propia y me llevaron a través de la escuela hasta el baño de chicas. Me escondí en uno de los cubículos, la respiración entrecortada y las uñas clavadas en las palmas de mis manos. No supe cuándo empecé a llorar, pero vi el suelo y mis zapatos yacían mojados, así como parte de mi uniforme e intenté contener mis sollozos pero no funcionó.

Sonó el timbre del comienzo de las clases, nadie vino a buscarme. 

Entonces:

—¿Hola? ¿Rīa? Soy-

Greta guardó silencio, sus pasos se detuvieron de repente. Tenía un nudo en la garganta que no podía desatar, de modo que abrí la puerta del cubículo y salí. El salpicar de mi movimiento fue más ruidoso de lo que esperé.

—Está todo muy... mojado.

—Sí.

Greta parpadeó.

—¿Se puede saber por qué..?

Desconocía lo que estaba haciendo. Ignoraba por qué miraba a una chica confundida que podía contarle mi secreto a todo el mundo, si quería. Era peligroso, de eso estaba segura. Peligroso y estúpido. Finalmente acabé de llorar, a pesar de que el resultado era evidente. La mayor parte del suelo del baño se hallaba empapado de lágrimas y, sinceramente, era algo desagradable de notar. Me pareció ver incluso una toallita de periodo flotando en uno de los lavabos.

—Mi amiga murió.

—Uh, eso es más que obvio.

No le di importancia a su tono.

—Y desde entonces, cuando lloro —miré a mi alrededor, encogiéndome de hombros—, todo se hunde.

Sonó extraño, ahora que lo decía en voz alta. Una chica que lloraba océanos justo en el momento en que moría su mejor amigo. ¿Quién podía creerse algo semejante? Quizá formaba parte de una ilusión que me había convencido de tener. Un mecanismo de defensa, tal vez. Sin embargo, al mirar a Greta, lo sentía tan real.

Me dolían los ojos y la cabeza de una forma que no podría describir, aunque quisiera. Me moví, mi espalda acabó tocando la pared y mis manos quedaron cruzadas, no tuve el valor de mirar a la otra chica.

Greta se aclaró la garganta:

—¿Quieres ayuda para limpiar?

A flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora