Greta | Capítulo siete

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Conocía a Rīa de la misma forma en que ella lo hacía, o eso me imaginaba.

La única diferencia resultaba más que evidente. Ambas teníamos algún tipo de relación con Kavya. Yo romántica, Rīa amistosa.

Y eso último era la cuestión. Las amigas se resguardaban en la sombra de la otra: Rīa por su inteligencia, Kavya por su popularidad.

Nunca me había agradado Rīa del todo, pese a que Kavya la defendía con bastante pasión.  A veces, cuando Kavya y yo nos escondiamos bajo las sábanas de su habitación, me susurraba lo tanto que desearía ser diferente a lo que era.

Kavya quería parecerse a Rīa, con cada espacio de su existencia.

—Te conozco —Me dijo Rīa, dando un paso hacia donde me encontraba. 

A nuestro lado, el cuerpo de Kavya a unos metros, bajo tierra.

—Me conoces —asentí, mas no agregué nada como respuesta.

Busqué en la mirada de Rīa por algún significado oculto, algo que me dijera que resguardaba su mente.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó con desprecio. Su rostro yacía arrugado. Sus manos en un puño, apretando su vestido amarillo.

Di un paso hacía atrás.

—Quería verla.

—¿Nada más?

—Sí.

Rīa negó, una y dos y varias veces. Miré al suelo. Hubo silencio antes de su:

—¿La quisiste?

Levanté mi cabeza, sintiendo un punzante dolor en mis ojos. Me atraganté con mi propio aire, atorado en la garganta. De repente, no podía respirar.

—Completamente —dije, tan pronto era capaz. Mi corazón palpitaba con fuerza en mi pecho, mi cuerpo comenzó a temblar, y luego:—, ¿y tú?

Aquello no fue lo correcto. Percibí odio en sus ojos, o semejante. Mi boca se secó. Di un paso hacia atrás.

Caí al suelo, de espalda. Tierra pegándose a mi cuerpo como segunda piel, manchando mi ropa y cabello. Y aún peor: comenzó a llover.

Rīa estaba ahí, estatua.

—Siento que no la conocí.

No entendí a lo que se refería.

—¿Qué? —musité, pero por la lluvia sentía que no me hacía escuchar. Intenté levantarme pero volví a caer.

Ella no hizo ningún esfuerzo en ayudarme.

—¡Tú! —gritó, y la lluvia se hizo más fuerte—. Ella nunca me decía nada. Ni de su familia, ni de sus amigos. ¡De ti!

Quería callarla. Parar sus quejas. Usé mis piernas, logré sostenerme en dos, esta vez fui yo quien dio el grito.

—¡¿Y qué se supone que sepas?! ¡¿No lo ves?! ¡No te dijo porque tenía miedo!

—¡Pero era mi amiga!

—¡Ese es el problema de las personas como tú! ¡Cree que solo por ser cercanos tienen el derecho de saber!

Ella me empujó, me puse de pie y se lo regresé. Nos quedamos viéndonos, ahora sin ninguna distancia entre nosotras.

—Está muerta —anunció Rīa. Lodo en sus mejillas, cabello y vestido.

Lo dijo como si apenas as hubiera dado cuenta de la situación. Como si, hasta ese momento, se hubiera dado cuenta de que ese era el final.

Lo dijo como una confesión.

Yo no me atreví a hablar.

A flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora