Greta | Capítulo tres

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Soñé:

Que nacía enternecida, ideal para las hormigas trepadoras que subían por la corteza de mi piel. Tenía la idea de que les era algún tipo de refugio, y las sentía sobre mí hasta cubrirme, entera.

Poco podía hacer, pues su único delito era su tamaño. Pero me recolectaban hasta vaciarme. Hueca y descompuesta bajo sus mandíbulas. Porque, en realidad, ¿qué es un cuerpo sino un recipiente? Yo no era más que una existencia. Yacía hirviendo junto a mis órganos, en carne viva.

Al menos me usarían antes de echarme a perder.

Desperté:

Incapaz de articular palabra, en la oscuridad de mi dormitorio. Entre sábanas apareció el deseo de que, después de la muerte, yo pudiera llegar a ser una hormiga.

Tenía algo que ver con el tamaño, quizá. Eso, o la necesidad de ser totalmente distinto, con otro cuerpo y otra mente. Con lo que poseía, no me dejaba tranquila. Cerré mis ojos una vez más, sacudiéndome la arena del tronco mientras el silencio llena tal penumbra en menos tiempo del que me costaba recuperar el aliento.

La siguiente vez que desperté fue antes del mediodía; a las siete terminé de desayunar, media hora después me dirigí a la escuela, y a las ocho comenzó la asamblea de todos los lunes. 

Decidí permanecer a la vista, delante y detrás de las personas similares a mí. Era sólo cuestión de tiempo que acabara escuchando lo que decían, (cuando lo hice resultó imposible ignorar las piezas perdidas de un cuadro desgastado). Fragmentos de una chica que murió escapaban de los labios de todos sin siquiera una pausa.

Una estudiante, oí susurrar a las chicas de mi lado, ojos muy abiertos. Escuché a otro chico contar el hermano de la víctima fue acusado de apuñalarlaOcurrió la semana pasada, dijo un tercero, por eso hubo un anuncio en los medios.

Volví al momento en mi sala de estar, llegando a cuestionarme si alguna vez conocí a la persona de la que tanto se hablaba. No sostenía un nombre que me guiara, la visualicé sin un rostro. Era difícil pensar en la sombra de un objeto que aparecía, cuando no había tacto. La sensación de algo a lo que no era posible dar forma ni sentido (cada cosa que esculpía tenía la impresión de difuminarse en lo genérico).

Como respuesta levanté la vista, viendo al director de la escuela que insistía en nuestro silencio para poder acentuar la tragedia en vida, de la inevitable violencia que era la muerte. Terminando, le siguieron los anuncios del mes de septiembre, y eso fue el final. Nos mandó a nuestras clases. 

A lo largo del día pasé el rato con mis amigos, hice preguntas a los profesores, entablé conversaciones amistosas con mis compañeros. Tenía miedo de indagar sobre la chica que murió por temor a que fuera alguien que conocía. Me la encontraba en cada esquina, tras cada puerta y en los pasillos de la escuela. Sentada en los asientos vacíos, escondida en los baños. Vivía mi vida medio asustada, a falta de una expresión mejor.

Hasta que noté su nombre en los ojos de quienes la buscaban (me di cuenta de que yo, efectivamente, la conocía).

A flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora