FOREIGNER [Chishiya Shuntaro]

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Aquella fría mañana, Chishiya se despertó entre las sábanas heladas de una habitación residencial estéril. Cada día desde el fatídico accidente que lo había confinado al hospital, el ritual era el mismo: emergía de la cama, se sometía a la rutina de una ducha en la gélida atmósfera del centro médico y se vestía con la bata quirúrgica que le proporcionaban, ya que las noches las pasaba allí, en ese entorno impregnado de desinfectante y monotonía.

Antes de sumergirse por completo en las obligaciones del día, Chishiya se aventuró tímidamente hacia el mundo exterior. Sus pies, acostumbrados al suelo pulido y estéril del hospital, ahora tocaban el pavimento áspero y vibrante de la vida urbana.

Su primera parada fue en una tienda de conveniencia. Allí, entre las estanterías repletas de productos empacados, buscó algo que pudiera alegrar su mañana. Los sándwiches del hospital no pasaban de ser una mera sustancia comestible, así que optó por uno más apetitoso. También cogió una gaseosa burbujeante, que prometía un destello de frescura en su día, y varios caramelos de diferentes sabores. Los guardó en los bolsillos de su bata quirúrgica, consciente de que esos pequeños dulces solían ser la llave que abría las puertas de la amistad con sus jóvenes pacientes. Los niños siempre respondían con una sonrisa cuando él les ofrecía caramelos.

Sin embargo, sabía que esta estrategia no funcionaba de la misma manera con los adultos. 

Una vez que Chishiya aseguró su "paquete de supervivencia básica para una mañana trajeada", se embarcó en la búsqueda de un regalo especial para su primera paciente del día.

Las personas, acostumbradas a ver a los cirujanos con pasos seguros y concentrados en sus labores, no podían evitar detenerse a mirar cuando Chishiya cruzaba los pasillos del hospital con una naturalidad casi desafiante. Era una rareza ver a un cirujano deambulando sin una urgencia evidente, y el contraste de su presencia cotidiana frente a la solemnidad del entorno médico atraía todas las miradas. No solo era el impecable atuendo de bata blanca lo que llamaba la atención, sino también el ramo de flores exuberantes que llevaba consigo, un estallido de color y fragancia en medio de la asepsia hospitalaria. 

Acompañando al impresionante ramo de flores, el rubio siempre llevaba consigo una caja de chocolates, aunque la ironía residía en que, en la tranquilidad de las noches solitarias, era él mismo quien disfrutaba de aquel dulce placer.

Al llegar a la habitación de su primera paciente, Chishiya encontró a Iryna recostada en la cama, como era habitual, pero algo había cambiado. La ausencia del tubo de ventilación marcaba un progreso significativo en su recuperación. Aquello merecía una celebración, no solo en el expediente médico.

Se acercó con pasos tranquilos y una sonrisa cálida, dejando que la alegría iluminara su rostro. Sin embargo, su faceta de médico no descansaba ni siquiera en los momentos de tranquilidad; un rápido vistazo a los monitores y una evaluación de los signos vitales confirmaron que el progreso de la castaña continuaba en la dirección correcta.