20- Droga de Amor

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Sin perder más el tiempo, el hombre metió su miembro dentro de la joven que se encontraba debajo de su cuerpo, gimiendole con necesidad. Su pene se había deslizado con facilidad gracias a las grandes habilidades del rubio para seducir y humedecer a la fémina.

Tener aquel tronco casi completo dentro de ella le iba a volver loca, su vagina se volvía a acostumbrar al tamaño y textura de aquel monstruo.

Sus manos recorrían la espalda del hombre, clavando sus uñas para dejar marcas y Doflamingo tomó su venganza succionando la piel de su cuello, dejando éste lleno de chupetones. 

Se quejó por tal acción, sin embargo sus sonidos llenos de placer por las sensaciones se encargaron de mantener su boca ocupada. Con el vaivén de caderas era casi imposible quedarse en silencio y simplemente se dejó llevar por la satisfacción, después de todo estaban solos en casa.

Al arquear la espalda, él aprovechaba para lamer sus pezones, pasando la lengua por su cuello y sus labios, presumía su musculoso e intimidante cuerpo, que dirigía el camino del placer.

Ella apenas podía pensar con claridad, rodeaba su cintura con sus piernas y le apretaba, queriendo estar dentro de su cuerpo, no sólo entregando el propio en el acto, si no también en alma, entregando su vida, Doflamingo le veía sabiendo lo que pensaba, y debía admitir que se sentía de la misma forma.

(t/n) le quitó sus gafas, dejando ver sus preciosos ojos, la tenue luz le hacia un favor, haciéndole ver más sensual de lo normal. El mayor tomó los tobillos de la joven y los posicionó en sus hombros.

Pudo sentir su pene más profundo que antes, golpeando su punto más sensible en su interior, sus paredes apretaban ante tal sensación y le daban más satisfacción. Era cómo un ciclo de placer y deleite, lleno de locura y pasión.

— Doffy... — logró decir entre jadeos y chillidos, se sentía tan bien que lágrimas escapaban de sus ojos.

El nombrado analizó su rostro.

Tan sonrojada, con su frente arrugada y sus ojos entrecerrados, brillando en la oscuridad. Le veía perdiendo la cordura por todas las sensaciones que experimentaba y a Doflamingo le gustaba saber que él era el culpable de las reacciones de su cuerpo.

Le gustaba saber que le tenía de aquella manera, tan desesperada y hundida en el placer que se olvidaba de actuar como esa chica tímida y amable que conoció en un principio.

Amaba ver esa cara de la fémina, algo que sólo él podía ver, y que sólo él había visto. Le volvía loco. Amaba al sensación en su cuerpo, era diferente a todo lo demás que sintió con alguna otra mujer.

Amaba cómo era diferente, amaba como ella era simplemente ella.

Te amo, pequeña...

Ni siquiera había notado cuando tuvo un orgasmo y sus fluidos fueron atrapados por el condón en su miembro.

Supo que ella también había terminado, hace mucho tiempo, por sus temblorosas piernas.

—E-Espere, ¿que dijo? — preguntó la menor después de haber recuperado el aliento.

Fue cuando el de cabellos rubios se apretó los labios, aunque su característica sonrisa regresó a éstos.

—¿No me escuchaste?

—N-No, se sintió cómo si estuviese follando mi cerebro. — hizo un gesto cómo si estuviese mareada. —No le escuché...

Doflamingo se rió y revolvió sus cabellos los cuales ya estaban muy desordenados por culpa de sus acciones previas, pero en lugar de contestar la pregunta de (t/n), besó sus labios tratando de hacer que se olvidase de aquello.

Y lo hizo.

(...)

(t/n) le había avisado a su hermano mayor que se había ido con Doflamingo durante unos días.

La chica describía esos días como los mejores de su vida, tan emocionantes y llenos de pasión, sexo todas las noches y en las mañanas sería un debate entre recibir un oral o su amante usaría sólo sus dedos.

Premio o premio, daba igual siempre era tan delicioso y se sentía bien.

Las madrugadas en las cuales se quedarían despiertos viendo películas de terror, las cuáles el rubio no apreciaba mucho, o cuando saldrían a almorzar a los alrededores de lugar, o harían algo para comer juntos en la cocina, escuchando salsa y bailaban, aunque la mayoría del tiempo solo era ella.

Notaba a Doflamingo pensativo alguna que otra vez, y vería cómo él se ruborizaba cuando tomaba su mano en un intento de traerle de vuelta a la realidad.

Jamás pensó que dormir y despertar junto a alguien se sentía tan mágico. Los brazos del varón le hacían sentir tan cómoda y segura que no podía evitarlo, se había enamorado ahora y cada día, más y más.

Era cómo un sueño, el que tuvo desde pequeña, el sueño de amar y ser amada, se sentía increíble, como si fuese un poder.

La última noche que pasaron juntos, fue maravillosa, empezando desde el segundo donde comenzaron a hacer el amor, continuando con la cita exprés que tuvieron en la sala de estar de la casa, hasta el baño que se dieron en las olas tranquilas del mar en la madrugada. Como una escena de película, la suave música inundaba sus oídos y el lugar, en otro sensual baile de caderas en el cual era ella quien llevaba el control ésta vez.

Si es que así se le podía decir, pues a pesar de todo, eran las manos de hombre que él se cargaba las cuáles le guiaban el camino, mostrándole nuevos planetas y galaxias, una vida entera recorriendo una tierra, le hacía ver diferentes cielos que creía que estaba bajo ciertas sustancias ilegales.

Era genial la forma en la que le hacía sentir, sacada de un libro de romance con la trama más cliché del mundo.

—Buenas noches, princesa.

La mejor manera de terminar la noche, sin duda alguna. Al cerrar los ojos los dulces sueños realmente eran una realidad ya que dormir con unos grandes brazos alrededor suyo fue de los mayores placeres de su vida.

—Buenas noches, Doffy.

Decía aquello ignorando el sol que empezaba a molestar sus ojos.

Sin embargo, estaba demasiado cómoda en el cielo que Doflamingo había bajado por ella.

CONTINUARÁ...

El Cielo En Mis Manos (Doflamingo x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora