CAPÍTULO 4

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Los celestiales eran seres de luz, toda creación de Elohím era perfecta y buena, cada una tenía un propósito en especifico y vivían en armonía alabando a su creador. Su eterno Padre.

Hasta que la rebeldía nació en el corazón de uno, cuando Lucifer fué desterrado se rompió la pureza de la creación. El creador trató de mantener la inocencia de los celestiales, a los que no logró convencer Lucifer, puso un peso inmenso en los hombros de los Arcángeles, ellos se encargarían de mantener el orden y deshacerse de los que interfirieran con el mandato divino.

Por eso los demonios trataban de pasar desapercibidos para los Arcángeles, eran de los que más se cuidaban, un Arcángel tenía la autoridad y poder para debilitarlos, mandarlos casi moribundos de vuelta al infierno, su existencia se veía comprometida.

Claro que, pasados millones de años, estos aprendieron a persuadir a los Arcángeles, se sabe que los demonios son manipuladores natos, pero, ¿Manipular a un Arcángel?, ¿Acaso eso era posible? Hasta ahora no habían conseguido tal cosa, ya que dichos celestiales eran inteligentes, perspicaces, audaces, observadores y cautelosos en extremo.

Lo que sí lograban era copiar ciertas habilidades de los celestiales, así que, enfrentarse a ellos no era algo de lo que huían, pero, si de las espadas celestiales que cada uno de ellos obtenía.

Namjoon, era el único en poseer un látigo y una de las siete gemas del destino. La esmeralda.

Fué entregada al Arcángel en el mismo momento que su existencia comenzó.

Esta gema es símbolo de poder, inmortalidad y juventud eterna, poseedora de poderes especiales, tales como: Encapsular recuerdos protegiendo la memoria, capaz de salvar a una persona apunto de morir por alguna enfermedad, heridas y demás, alimentar máquinas o deformar el tiempo y el espacio.

Es por eso que la gema fue entregada a aquel Arcángel, para resguardarla y poder usarla a su favor con suma responsabilidad. Tenía en sus manos algo muy valioso y debía cuidarlo como tal.

Otra luna había pasado, la mujer de la cicatriz estaba en medio del bosque, bajo la oscuridad de la noche frente a esa fogata, donde pronunciaba múltiples hechizos de protección.

Tutela a septentrione, meridie, oriente et occidente, ab oriente et imis partibus inferis.— Declaró, empezó con el ritual. —Domine mi, rex inferorum, da nobis praesidium tuum, absconde naturam nostram...

Una capa de protección fué cubriendo la piel de la mujer, ocultando su naturaleza demoníaca. Lo mismo ocurría con la joven en aquel rahab.

Esto era vital sobre todo para ella, era de suma importancia ocultarla. Ellos sabían que los celestiales la buscaban.

Archangele, archangele, obnubila sensus tuos, vires tuas cogitationes. Confusi sui sine responsione vagabantur...

Otro más para mantener los sentidos nublados de sus enemigos, causar confusión en aquellos seres, eso quería y eso obtendría.

Sus rituales no tenían larga duración, es por eso que Astarté cada cierto tiempo repetía el proceso.

Tenía que proteger a la joven que se le fue encargada. Así tuviera que entregar su vida misma.

LAS 7 GEMAS DEL DESTINO    La SagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora