✟CAPÍTULO 18✟

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Tengo frío, pero el hecho de estar frente a la tumba de mi abuela hace que una especie de calor me llene el pecho

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Tengo frío, pero el hecho de estar frente a la tumba de mi abuela hace que una especie de calor me llene el pecho.

¿Fue realmente una buena persona?

Entiendo mejor su perspectiva leyendo ese diario, pero no puedo dejar de pensar que abandonó a mi madre, aunque siempre me hablaron de ella, posiblemente eso signifique que siguieron en contacto.

Tengo que hablar con mamá. Nunca ha querido sacar el tema de María, pero siento que si no aclaro al menos esto, mi cabeza no descansará nunca.

Me giro al escuchar unos pasos a la derecha, y la sombra de la monja sale de una de las esquinas, bajándose esta vez el velo que cubre su cabeza, y dejando ver su rostro, pálido, pero precioso.

— Hola — digo con una sonrisa. La mujer me devuelve el gesto quedándose a mi lado, frente al mausoleo de María.

La mujer apoya su mano en mi hombro, y un gesto tan insignificante en estos momentos hace que un alivio me reconforte.

No tengo a nadie con quien hablar aquí. Nunca me ha gustado conocer gente nueva, de hecho me da pánico, y eso me ha obligado a que apenas tenga amigas.

Apenas, no. En realidad, no tengo amigas. No sé a quién quiero engañar.

La mujer mete la mano por el interior de la capa que le cuelga de los hombros y saca de lo que parece una pequeña bolsa atada a su cintura un cuaderno destrozado y un lápiz.

Me sonrie mientras comienza a escribir en el papel.

''Los ojos tristes no le quedan bien a nadie'', escribió en la hoja.

— Quizá este pueblo esté consumiendo mis energías. Estoy cansada de ser fuerte.

La mujer vuelve a apretar mi hombro, en señal de apoyo, y siento el calor necesario para desahogarme.

Me siento en la piedra fría del suelo, y ella me acompaña. Siento que no necesito hablar para poder entender todo lo que pensábamos.

— No conozco a mi familia — me sincero, sintiendo cómo mi garganta se cierra —. Mi madre no ha hecho de madre, a María solo la conocí por lo que me contaron de ella, y mi padre... — la voz se me corta cuando intento recordar algo de mi padre.

Nunca había hablado de esto con nadie. Es la primera vez que lo hago, y aunque me duele y siento cómo los ojos me escuecen por las lágrimas, el contar mi historia me está reconfortando más de lo que nunca pensé.

Mi madre, Susana, aunque todos la conocen como Susi, se pasaba los días trabajando. Solo la veía para cenar, una hora, y cuando no tenía que hacer turno de noche. Trabajaba en un hospital como enfermera, y en una cafetería en su tiempo libre. Nunca he sabido lo que es que una madre te lea un cuento, que te quiera, que te abrace, o que te dé un beso de buenas noches.

Diego, mi padre, siempre estuvo ausente. No trabajaba pero se gastaba el dinero de mamá en alcohol. Con seis años lo encontré borracho en el sofá, con doce, me encontró él. Dormida, en mi cama, algo que por el momento le pareció tan jodidamente atractivo que se convirtió en nuestro pequeño secreto, como él lo llamaba. Se supone que esa era la forma en la que un padre quiere a su hija.

Años después supe que los abusos no eran normales, y mi psicóloga se encargó de intentar ayudarme durante dos años, hasta que mis padres decidieron que era un dinero mal invertido y confiaron plenamente en mí para que superase mis problemas.

Nunca los superé. La ansiedad, la depresión y el TLP van a vivir conmigo para el resto de mis días, lo asumí hace tiempo.

Mamá estuvo años sin hablarme, papá estuvo años en un centro de rehabilitación, y a pesar de que ellos se reconciliaron, y papá parece que cambió, yo nunca sané aquello.

Susana siempre me contaba que su madre le escribía, y yo quería conocer a mi abuela. Quizá fui demasiado insistente con el tema, porque de hecho me mandaron a Connecticut para zanjar el tema. No tengo una relación estrecha con ellos, solo los veo en fechas importantes, y ver a Diego en la mesa, comiendo con nosotras, solo me causa repulsión.

Siendo sincera, creo que lo de que me mandaban aquí por la conexión con María fue una excusa. Me mandaron lejos porque era una carga, así no tendrían que hacerse cargo.

Dieciséis años es una edad muy temprana para madurar, y me vi forzada a hacerlo. Mis amigas cenaban con sus padres en Navidad, mi madre estaba en el hospital, atendiendo borrachos, mientras yo me escondía de uno, su marido.

Mis Navidades nunca tuvieron un árbol, ni regalos debajo, mi vida nunca tuvo una familia. No recuerdo cuándo activé mi botón de supervivencia, pero es agotador vivir así desde que tengo uso de razón.

— Pero no pasa nada — digo secándome las lágrimas cuando siento que me he abierto demasiado con la mujer —, ya todo está bien.

Vuelve a coger el cuaderno, escribiendo en una hoja ya usada:

''Cuando Dios ve un corazón roto, ve la oportunidad de mostrar su poder de restauración''.

Sujeto la hoja con fuerza. Nunca he sido creyente, pero siempre me han causado cierta ternura las personas que sí lo son. Dios no me ayudó nunca, y no lo hará cuando ya no tengo salvación.

— ¿Cómo te llamas? — pregunto sin saber siquiera si alguna vez he escuchado su nombre.

La mujer vuelve a sujetar el lápiz, pero esta vez una sombra la cubre. Giro mi cabeza, llevando mis ojos hacia los de él.

Gabriel nos mira desde el inicio del cementerio, con una mirada cargada de rabia, y la mandíbula tensa.

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¡Hola bombones! os dejo por aquí otro capítulo, comenzaré a actualizar siempre que lleguemos a 30 votos (creo que es una media razonable) o bien, 50 comentarios (algo más difícil peor es otra opción)

¡Ya tengo el borrador practicante terminado, me quedan dos capítulos y me esta dando una pena terrible despedirme de los personajes.

¡Ya tengo el borrador practicante terminado, me quedan dos capítulos y me esta dando una pena terrible despedirme de los personajes

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