✟ CAPÍTULO 19 ✟

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¿Qué la ha hecho llorar?

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¿Qué la ha hecho llorar?

Siento cómo mis venas arden por momentos, me duele el pecho al respirar como un animal.

— Vete a casa — gruño mirando a Alex.

— No...

— Vete — la interrumpo, acercándome a la monja y levantándola del suelo con un tirón de su brazo.

Alex obedece, mirándome con odio, pero aprovecho su distracción para comprobar que no tiene ninguna herida ni marca en el cuerpo que no haya hecho yo.

— Te perdoné la vida — gruño entre dientes al alejarme con la monja —. ¿Es así como me lo agradeces?

Los sollozos a mis espaldas me hacen girar; veo que niega con la cabeza.

— Sabes que voy a tener que tomar medidas — continúo, ignorándola —. No puedo permitir que vean a Alex débil, nadie debería verla así.

Empujo a la mujer al interior de la iglesia, haciéndola caer sobre la alfombra central. El ruido de la puerta a mis espaldas me trae recuerdos que pensé olvidar.

Alex, desnuda, caminando por la iglesia como castigo.

Aprieto la mandíbula al recordarlo; no debí mostrarla así.

Meto la mano en el bolsillo trasero del pantalón, buscando la pequeña navaja que padre me regaló.

— ¿Por qué saliste de aquí sin permiso? — inquiero, pasando el metal por su mejilla.

Siento rabia, una rabia enfermiza que crece; cada lágrima aumenta mi ira.

Nunca he sido un monstruo; Lucifer siempre fue un ángel, el villano en la historia de aquellos que nunca defendieron lo suyo.

— No — gruño cerrando los ojos al darme cuenta de los pensamientos que me invaden.

Dios siempre ha sido luz para los que estamos consumidos por la oscuridad.

Vuelvo a mirar a la mujer frente a mí, que me observa con los ojos apunto de salirse de las cuencas.

— Siempre mirando, ¿qué podrías contar si te devolvieran la lengua? — me río al ver que su boca comienza a temblar.

Me arrodillo frente a ella, acomodándome mientras con la mano izquierda aprieto su cara.

— Nunca aprendes la lección — susurro a la vez que paso con la mano contraria el cuchillo alrededor de su ojo.

El metal entra por el lateral de su cuenca, haciendo que un sonido gutural atraviese su garganta; la sangre cae por mis nudillos mientras el cuchillo corta la parte trasera de su ojo.

Estoy enfermo, y la erección que se me forma al terminar de sacárselo solo lo demuestra.

Su cuerpo cae al suelo, desmayado, mientras Francis sale de una habitación de la iglesia.

LAZOS PROHIBIDOS © COMPLETA || PRÓXIMAMENTE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora