Capítulo 2.

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—Bueno, por este camino debo ir para llegar a mi casa —dijo María.

—Genial, espero verte mañana —Mimi se acercó a María y le dio un beso en la mejilla—. Espero que te cuides.

María tenía los ojos abiertos, ya que no esperaba que la chica tenga esa confianza con tan sólo cuatro horas de conocerse. Se sentía feliz, pero no sabía por qué.

Ella pensó "¿Será porque aprobé matemática?"

Descartó ese pensamiento porque chocó con alguien y era el mejor amigo de su mamá.

—Buenas tardes, dón Juan. 

—Buenas tardes, Mari. ¿Ya vas para tu casa?

María vio como el hombre de 60 años llevaba sus bolsas del supermercado, que parecían estar pesadas.

—Don Juan, ¿no quiere que le ayude con sus bolsas? —preguntó, señalado las bolsas.

—No, no, Mari. Ya me tengo que ir, mis hijos vendrán con mis nietos a celebrar mi cumpleaños, así que no los quiero hacer esperar.

A la chica se le formó una sonrisa porque el hombre siempre le contaba que extrañaba a sus hijos, ya que, él siempre recibía llamadas de ellos, llorando porque algunas veces no podían ir y pasar tal día con él.

—Disfrute, dón Juan. Salúdelos de mi parte. —Abrazó a el hombre como muestra de cariño.

—Gracias, María. Dile a tu madre que le mando saludos y que después quiero hablar con ella.

—Le diré —dijo un poco insegura.

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—Mamá, ya llegué —dijo abriendo la puerta y cerrandola.

—Qué bien, lávate las manos que vamos a comer.

María subió las escaleras corriendo y cuando llegó a su habitación vio a alguien que no quería ver.

—Nicolas, ¿qué haces aquí? —Agarró del brazo al chico— Te dije que nunca debes entrar a mi habitación.

—Bueno, cálmate. Sólo quería molestarte como siempre.

—Fuera, no te quiero aquí —dijo, señalando la puerta de su habitación—. ¡Fuera o le diré a mi mamá!

—Pero si también es mi mamá. —El chico sonrió como si no hubiese hecho nada malo.

María se frustró y otra vez se fue hacia las escaleras, bajando de dos en dos los escalones.

—¡Mamá! —Vio que la mesa estaba servida, pero no estaba su mamá, así que, se fue para el patio— ¡Mamá!

Vio a su madre que estaba en el patio,  parada y fumando un cigarro. Como siempre.

—Mamá, ¿qué hace Nicolas en mi habitación? —preguntó, enojada.

—Tranquila, no hará nada, además, es tu hermano. —Dio una calada de su cigarro.

—No lo es... Es hijo de la otra mujer —dijo, cruzándose de brazos.

—Pero también, es hijo de tu padre, María y mi hijo —Se acercó hacia María, para mirarla de frente—. Él no tiene la culpa de las cochinada que hizo Sebastián.

—Si esa mujer no se le hubiese metido a los ojos a mi papá, vos y yo estaríamos bien.

—Cállate y sigue pensando que Nicolás es mi hijo.

—Es un adoptado, mamá. No es de tu sangre.

—Pero yo lo crié, yo le di amor de madre, María. Ahora, cállate. —Tiró el cigarro a el piso y lo pisó.

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