En un lugar sombrío, olvidado por todos, cuatro figuras envueltas en plumaje negro como la noche se congregaron en un círculo. La oscuridad les servía como capa mientras sus formas se retorcían y cambiaban, dejando atrás las aves negras y sucias para dar paso a personas de carne y hueso.
La transformación, una danza de magia oscura, reveló a cuatro individuos con ropajes oscuros y rostros cincelados por las sombras. Sus ojos, brillando con intensidad, escudriñaban el horizonte. Frente a ellos se erguía un edificio oscuro y en ruinas, su presencia evocaba un pasado tenebroso.
El edificio, con sus paredes cubiertas de musgo y ventanas rotas, emanaba un aura de desolación. La oscuridad parecía haberse anidado en cada grieta y fisura, y la estructura se alzaba como un monumento al misterio y la decadencia.
El viento soplaba entre los escombros. Las sombras de los cuatro individuos se proyectaban sobre el suelo adoquinado, como testigos mudos de las maquinaciones que se desencadenarían en aquel lugar prohibido.
Con paso decidido, el grupo avanzó hacia la entrada del edificio. Sus siluetas se recortaban contra la penumbra, y cada paso resonaba en el silencio ominoso del entorno. La puerta crujía al abrirse, revelando un interior sumido en la penumbra. Las sombras se cerraron tras ellos, consumiendo el edificio y su siniestro pasado en un velo impenetrable.
El pasillo apenas iluminado guió al grupo hacia una sala majestuosa, decorada con estatuas antiguas que parecían observar con ojos de piedra cada movimiento. Llamas danzantes iluminaban la estancia, arrojando sombras siniestras sobre las figuras inmóviles. La atmósfera estaba cargada de un aura ancestral y un calor sofocante.
En el centro de la sala, los cuatro se detuvieron, rodeados por el resplandor del fuego y la mirada penetrante de las estatuas. Una voz retumbó en el aire, melódica pero llena de desdén. "Tiempo es lo que no tenemos, inservibles", anunció la voz con frialdad. "Ni siquiera han sido capaces de dar con esa mocosa".
La sala pareció vibrar con la intensidad de la presencia desconocida mientras continuaba hablando. "Incluso un sucio gato ha tenido más éxito que ustedes en encontrarla", escupió la voz con desprecio.
Antes de que pudieran reaccionar, las llamas que danzaban alrededor de la sala se intensificaron, transformándose en lenguas ardientes que lamían el aire. Un calor abrasador envolvió a los intrusos, y la voz resonó con un tono aún más oscuro. "Su incompetencia me exaspera".
En un instante, las llamas se enfurecieron, convirtiéndose en torrentes de fuego que envolvieron a los cuatro individuos. Gritos de agonía se mezclaron con el crepitar de las llamas, y las estatuas, testigos inmutables de la escena, parecían juzgar con sus ojos de piedra.
Desde las sombras de la sala emergieron cientos de pequeños seres de color crema oscura. Sus figuras diminutas se movían con una agilidad sobrenatural, como sombras danzantes que cobraban vida en la penumbra. Sus cuerpos, delgados y retorcidos, contrastaban con sus grandes manos que terminaban en garras afiladas y negras como la noche.
Los rostros de estos seres eran lo más inquietante. Alargados y delgados, sus ojos pequeños destellaban con una malicia siniestra. La boca, estirada en una sonrisa malevolente, dejaba ver filas de dientes afilados como agujas.
Mientras avanzaban en un silencioso desfile, las sombras que proyectaban los seres se entrelazaban, creando un espectáculo tétrico y grotesco en la penumbra de la sala. Cada uno llevaba consigo una aura siniestra, como si fueran criaturas nacidas de las pesadillas más oscuras.
Los seres diminutos avanzaron hacia los restos calcinados de los cuatro metamorfos, con sus garras negras barrían las cenizas como si fueran hojas secas. Mientras realizaban su tarea, murmullos guturales llenaban la sala.
Hablaban del terror que sentían hacia su señor, sus voces apenas eran audibles, pero estaban cargadas de un miedo palpable. "El señor es un amo temible", murmuraban, como si las mismas palabras resonaran en el más allá.
Entre los susurros, se mencionaba a la pobre niña, destacando que su existencia estaba en un grave peligro. Los pequeños seres parecían ser portadores de noticias sombrías, y sus palabras revelaban la urgencia de la situación.
"El mal nos engaña", se lamentaban, compartiendo entre ellos la tristeza de servir a su señor oscuro. Sus murmullos revelaban una melancolía profunda, como si fueran prisioneros de una lealtad que les pesaba como cadenas.
En la torre más alta de aquel tétrico lugar, se ocultaba el señor oscuro, conocido como "El mal". Este ente malévolo carecía de forma y cuerpo, manifestándose como un humo espeso y negruzco, sin olor ni tacto, como una oscuridad viva y consciente.
De repente, un pequeño ser, temblando de terror, se materializó ante el señor oscuro. Sus movimientos eran nerviosos, como si la sola presencia de "El mal" lo hiciera estremecerse hasta lo más profundo. El humo negro se arremolinó alrededor del ser, envolviéndolo en su sombra.
"Hemos cumplido con nuestro deber, Maestro. ¿En qué más podemos servirte?". Sus palabras resonaron en la torre sombría.
"Un sucio Barrek como tú nunca termina su trabajo", murmuró "El mal" con desprecio. "Los Barrek son esclavos, destinados a trabajar incansablemente para mí, y deben soportar veinte horas al día". La voz resonó con una crueldad que se filtraba en cada palabra.
El señor oscuro llamó al pequeño ser por su nombre, Hullea, y le encomendó una tarea. "Te encargarás de encontrar a la niña en Arcáneida", ordenó con un tono que dejaba poco espacio para la objeción.
Hullea, con un suspiro temeroso, respondió: "Pero, señor, no puedo salir del Maiur Situs, estoy limitado por...". Antes de que pudiera terminar la frase, el cuerpo humeante de "El mal" se estiró y se cerró sobre Hullea con una rapidez aterradora.
Hullea, ahora imbuido con la voluntad oscura de su señor, fue transportado de la torre tenebrosa hacia uno de los oscuros y siniestros callejones de Arcáneida. La transición entre los reinos de sombras fue rápida, y pronto se encontró en un entorno desconocido.
El callejón, apenas iluminado por destellos débiles y titilantes, parecía una senda olvidada por la luz. Las paredes de piedra antigua exudaban un aire de decadencia, y cada paso resonaba en la penumbra como un eco ominoso.
Los murmullos de criaturas ocultas se entremezclaban con el crujir de los adoquines bajo los pies de Hullea. En la oscuridad, los contornos de figuras misteriosas se dibujaban, moviéndose con una gracia sutil y perturbadora.
Guiado por su intuición, Hullea avanzó por el callejón, emanando una sombra que se expandía a su paso.
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Iris Burton | La dama de cristal
FantasyLa joven Iris Burton vive en un orfanato inmundo, donde cada día se reduce en la miseria. Pero por las noches, Iris huye a una tienda de antigüedades llamada Gold and Rock, custodiada por la enigmática señora Violet. Obsequios mágicos, sueños extra...